Esta es la historia de una familia ovetense que llegó al finisterre para ver la luz. "Mira qué guapa es mi hija, mira qué guapa está". La madre abre la cartera y muestra orgullosa una fotografía tamaño carné. La joven retratada tiene 30 años. Hace doce, recién cumplida la mayoría de edad, su familia descubrió que tenía anorexia. Era una época en la que poco se había oído hablar de esta enfermedad, que se relacionaba socialmente con tonterías de adolescentes. Unidos, comenzaban un laberíntico y doloroso viaje de hospital en hospital, de consulta en consulta, de psiquiatra en psiquiatra, de ingreso en ingreso. Un día la aguja de la báscula se colocó demasiado cerca de los treinta kilos. Pero hallaron un grupo de profesionales que hoy consideran ángeles. Su cielo estaba en A Coruña, en el centro de la Asociación de Bulimia y Anorexia de la ciudad (ABAC). Hace dos años vendieron un piso en Oviedo, hicieron las maletas y se trasladaron a Galicia. Ya pueden y quieren decir a los cuatro vientos que, dando con las personas adecuadas, hay solución y esperanza.

Hacen llegar el mensaje, por ejemplo, a una madre de Avilés, Mari Fe García, que, desesperada, pidió ayuda para su hija de 26 años, anoréxica desde los 13 y que lleva once años intentando suicidarse. Los hospitales públicos no la aceptan apelando a las listas de espera. "Sé que mi hija va a matarse, ayúdenme", clamaba García.

El testimonio removió sus recuerdos. Se sintieron identificados con todo el proceso. La misma pesadilla, el mismo corazón en un puño por si la niña estaba bien, por si se podría haber caido por la calle o en casa. 24 horas al día con, por y para ella, por turnos gracias a ser familia numerosa. "Ojalá hubiésemos sabido en ese momento que existía un centro como el de A Coruña", lamenta la madre de la joven.

A su lado, otra de sus hijas, que estudiaba en la universidad coruñesa cuando, en un paseo por el centro de la urbe, descubrió las oficinas de ABAC. En febrero hará dos años que la muchacha enferma y su madre se instalaron en la ciudad. Su marido vive a caballo entre las dos comunidades.

El centro coruñés les ofreció algo que no encontraron en ninguno de los profesionales que les atendieron en Asturias. Rememoran con rabia el tipo de tratamiento que le dieron en el hospital de Oviedo que, explican, no sirvió para nada. "Les decían que tenían que ponerse a trabajar y a vivir solas... me quedé en la calle con mi hija por la norma de que si faltabas tres días sin avisar te ibas fuera", relata la mujer.

"Otro problema es que, cuando se lesionan, las envían a unidades de psiquiatría con gente con enfermedades mentales de todo tipo", señala, "y eso no puede ser".

Cuenta también cómo acudió a una psiquiatra del centro sanitario ovetense de Vallobin para contarle que su niña no podía ir a una cita pactada porque había entrado en coma. "¡Tenía la cita un día 12 y lo único que me respondió es que se la retrasaba hasta el día 17!", se indigna la mujer, "esa es una de las cosas que no perdonaré nunca, nunca, nunca".

Puertas cerradas sumadas a muros de incomprensión, no sólo médica sino también social. Hermana y madre reconocen que salir de su entorno le vino muy bien porque fue capaz de desprenderse de su etiqueta -"la anoréxica"-.

Se dejó de sentir observada, se liberó de comentarios que no se harían si hablar no fuese totalmente gratis: "¿Cómo le pueden decir ´mira lo que le estás haciendo a tu madre´?". No comprende cómo alguien puede pensar que lo que a su hija le había faltado era "una bofetada a tiempo".

Lo que aprendieron en ABAC es que "esta enfermedad no se cura comiendo", según explica la hermana, cuatro años menor, que, terminados sus estudios, trabaja y vive también en A Coruña. "La principal diferencia con Oviedo es que te escuchan y que estudian cada caso en particular", valora la muchacha. "No son sólo profesionales, son compañeros de viaje, se implican", añade su madre.

La comunicación con las familias es constante. Les explican cómo se desencadena el problema. "Tiene que ver con la autoestima, no sólo con estar a la moda, con querer ser la más guapa", dicen, "y en casos de larga duración suele haber una situación familiar complicada". "Lo único que pueden controlar en la vida es el peso", comenta la hermana.

ABAC tiene un centro de día en el que están las niñas de 11.30 a 18.30. Una nutricionista supervisa una ingesta a media mañana, una comida y una merienda. Las usuarias elaboran una revista y acuden a diferentes actividades, como clases de relajación o risoterapia. Al principio es obligatoria la asistencia diaria. "Trabajan poniéndoles metas, poco a poco las horas se van reduciendo", aseguran. Después de dos años la joven lleva ya "una vida normal". Lejos queda aquel momento en el que comenzó a coquetear con alguna dieta. En breve viajarán a Oviedo para pasar las navidades. "Mira que guapa es mi hija, mira qué guapa está".