La actual estatua de María Pita es de estilo decimonónico, pero no porque su escultor, José Castiñeiras, y el ex alcalde Francisco Vázquez apostasen por el arte del siglo XIX, sino más bien porque copiaron una obra de José González y Giménez, que ganó un concurso de ideas en 1890. La polémica suscitada esta semana sobre si la figura de la heroína coruñesa debe continuar en la plaza no es nueva. Entonces, el Gobierno local encargó el monumento, pero la Academia de Bellas Artes de A Coruña se opuso al proyecto porque no se seguían las directrices marcadas desde la Academia de San Fernando. Hace 119 años los arquitectos y artistas plásticos fueron los primeros en abrir fuego y criticar el mal gusto estético de la obra. La historia se repite, sólo que ahora la efigie ya está en la plaza.

"(El proyecto de José González y Giménez recoge) Las más relevantes condiciones artísticas de entre todos los pensamientos presentados a concurso y gran fidelidad histórica, pues hállase de acuerdo con los últimos datos que acerca del hecho de 1589 y de la heroína se conocen". Este fue el fallo por el que jurado de expertos concedió en septiembre de 1890 el primer premio a González y Giménez, y que recoge Xosé Fernández en su libro Arquitectura del eclecticismo en Galicia (1875-1914). Fue Manuel Calderón y Herce, marqués de Algará de Grés, quien impulsó la iniciativa con la convocatoria de un concurso de ideas. A finales del XIX, existía en la ciudad una corriente favorable a la colocación de una estatua de María Pita en la nueva plaza, que llevó al entonces alcalde, José Marchesi Dalmau, a apostar por el proyecto.

González y Giménez elaboró un primer boceto en 1888, aunque el jurado prefirió el segundo, diseñado en 1889 y que guarda un tremendo parecido con la actual figura de María Pita. Como si se tratase de un pasatiempo, encontrar las ocho diferencias entre las dos esculturas, separadas por más de un siglo, es bastante complicado. "El Concello ya tenía una maqueta y quería algo parecido. Fue una cosa del Ayuntamiento, que la hiciese de este estilo. No fue un capricho mío, me ceñí a lo que me encargaron, a lo que me dijo Paco Vázquez. Hice la maqueta, se la presenté y le encantó", defendió el miércoles Castiñeiras ante el revuelo provocado por la propuesta del arquitecto Fernando Agrasar de "tirar la estatua en un sitio donde nadie la encuentre". Como ocurrió después con Castiñeiras, el Concello de A Coruña le encargó la obra a un escultor en diciembre de 1889, en este caso a González y Giménez, coincidiendo justo con el tercer centenario del asedio de los ingleses a la ciudad. Sin embargo, prefirió contar antes con el visto bueno de la Academia de San Fernando -esta es una de las principales diferencias entre las dos corporaciones, pues Francisco Vázquez no se asesoró con expertos de fuera del Palacio Municipal-. Cuando surgió la propuesta de la escultura, ya se trabajaba en el proyecto del actual Ayuntamiento, un edificio modernista que se construyó entre 1908 y 1912.

Las críticas de los arquitectos coruñeses a la estatua de Castiñeiras han sido duras, pero nada comparadas con las de la Academia de San Fernando a González y Giménez que, por cierto, era el único escultor de la época que pertenecía a la institución y que residía en A Coruña. Según explica el profesor Xosé Fernández, los académicos encontraron importantes fallos. El informe, de marzo de 1891, fue demoledor. Hasta ocho errores detectaron los expertos. Lo más llamativo es que algunas de las correcciones sí las recogió Castiñeiras en su escultura, colocada en la plaza en mayo de 1998. La Academia de San Fernando recomendó, entre otras cuestiones, eliminar dos de los escalones de la base y dejar sólo tres -que son los que tiene la estatua actual-, quitar cuatro estatuas secundarias que estaban en los vértices del pedestal -ahora tampoco existen- y reducir la inclinación de la heroína y la apertura de las piernas -la María Pita de Castiñeiras está erguida y con las piernas juntas-. Tampoco aparece en ninguno de los bocetos del siglo XIX un pebetero con la llama encendida. Ambos elementos se introdujeron justo antes de colocar la estatua que hoy sirve como punto habitual donde turistas y curiosos deciden tener un recuerdo para la posteridad de su estancia en A Coruña. "Lo de la llama y la palabra libertad fue cosa del Concello, no mía. Surgió a última hora, cuando el monumento ya estaba hecho. Lo del pebetero supongo que sería una decisión directa de (Francisco) Vázquez", afirmó Castiñeiras el miércoles, al día siguiente de las críticas de Fernando Agrasar.

La gran diferencia entre los alcaldes Marchesi Dalmau y Francisco Vázquez es que el primero no pudo hacer realidad su sueño de ver en la plaza una estatua de la heroína del pueblo, pese a que la Corporación local aprobó en el pleno del 30 de junio de 1891 gastar 5.000 pesetas -unos 30 euros- para poner en marcha el proyecto con las "modificaciones" que González y Giménez considerase "oportuno introducir". La creación de la escultura estaba presupuestada en un máximo de 200.000 pesetas, es decir, alrededor de 1.200 euros, muy lejos de los 300.000 euros que, según José Castiñeiras, le costó a las arcas municipales su actual figura de la heroína.

Por qué se truncó el proyecto

Cuando en 1891 parecía que la estatua acabaría ocupando un sitio de honor en la plaza que lleva su nombre -el Ayuntamiento ya buscaba inversión privada-, un nuevo varapalo truncó las expectativas del Concello. La Academia de Bellas Artes de A Coruña plantó cara, como han hecho ahora los arquitectos, aunque entonces antes de instalar la efigie en la plaza. El profesor Xosé Fernández recoge en su libro Arquitectura del eclecticismo en Galicia (1875-1914) que los académicos coruñeses presentaron un recurso de alzada contra la decisión aprobada por el pleno en la que solicitaron al Gobernador Civil la suspensión del proyecto.

No fue la única ocasión a finales del XIX donde el viejo sueño de tener una figura de María Pita sólo fue eso, un sueño. En 1861, el arquitecto Faustino Domínguez, durante los trabajos previos a la construcción del Ayuntamiento, propuso incluso que la estatua de María Pita ocupase un lugar privilegiado en la fachada del futuro edificio. Y en 1873, el Concello volvió a la carga, ahora con la posibilidad de poner una estatua en la plaza, pero la falta de financiación pospuso de nuevo el proyecto. Con Vázquez en la Alcaldía la historia se repitió, aunque esta vez con final feliz.