Llevábamos muchos meses sin escuchar ópera; se acababa de saber que se extinguía el Festival Mozart que, por estas fechas, traía siempre algunas representaciones líricas; y, además, en cartel, había una obra muy conocida, dotada de una música de gran belleza y de un argumento sencillo y eficaz; áspera y genial. Pero el Colón no estaba lleno. Una lástima porque el espectáculo valió la pena, aun con sus irregularidades y limitaciones. El público lo refrendó con un gran entusiasmo, sobre todo a partir del segundo cuadro; en el primero, se mostró más frío. Puesta en escena tradicional, con decorados sencillos, aunque con cierta tendencia a lo monumental (el enorme Cristo crucificado en el primer cuadro); y la singularidad -violencia innecesaria- de presentar en escena el mortal duelo de Turiddu y Alfio, que no suele representarse. Svetlana Bassova fue aclamada; su voz de dramática estricta presenta las típicas irregularidades de muchas de su cuerda; los agudos son impresionantes y se emiten con facilidad; por eso, no se comprende porqué eludió al final de la obra la conmovedora expresión, O madre mía!, que dirige a Mamma Lucia. El tenor, Giner, estuvo brillante en el segundo cuadro, con agudos poderosos y bien situados; también recibió aplausos y bravos. Andrés del Pino posee una voz de excelente calidad tímbrica, pero la emite con una brusquedad que le perjudica; por otra parte, no siempre está cuadrado ni afinado. Espléndida, de voz y de expresión, en su corto papel, Montserrat Giró. Y sólo discreta Marina Makhmoutova, Orquesta muy reducida, aceptable, en especial los arcos y algunas maderas (oboe). Director correcto que llevó a buen puerto la representación, salvando algunos desajustes. Coral El Eco muy estimable; fue aclamado con justicia, aunque todavía no haya alcanzado el nivel de excelencia (todavía alguna indecisión, algún descuadre), que habrá de llegar -estoy seguro- con la actual dirección.