La llegada de cruceros a la ciudad siempre es un foco de atracción para los nativos, que se afanan en inmortalizar los buques atracados en sus muelles aun desde coches en marcha. Un poco más lioso es para los cruceristas que, a veces, se ponen a caminar y se pierden en una ciudad en la que el mar asoma por todas las esquinas. Para evitar disgustos, había carteles por el centro indicando a los turistas el camino de regreso al buque.