1995. Corren los años de plomo de ETA. La banda terrorista atenta con coche bomba contra Aznar, entonces jefe de la oposición, y se abortan otros atentados contra el Rey y el lendakari Juan María Atutxa. A los que seguirán los asesinatos de los socialistas Fernando Múgica y Francisco Tomás y Valiente.

Antonio Anido Cabana y Rosalía Martínez Romar, un matrimonio emigrado de las coruñesas Terras de Xallas a Francia, recibe en abril de ese año en su casa de Estrasburgo a activistas abertzales vinculados a la lucha armada. La pareja tiene el alma en un puño, pero sabe que ese día tenía que llegar. Su hijo, José Antonio Anido Martínez, es un guardia civil infiltrado en ETA desde 1989. Los padres de Anido desconocen qué papel desempeña exactamente su hijo en ETA, pero el creciente nerviosismo de José Antonio les indica que se ha hecho cada vez más relevante. Apenas un par de años antes se ha producido el mayor golpe policial a la banda terrorista, cuya cúpula dirigente fue capturada en la localidad francesa de Bidart, y sospechan que su hijo ha tenido algo que ver. Tienen instrucciones precisas de él para este momento y lo van sobrellevando bien. José Antonio es conocido en los santuarios abertzales del País Vasco francés como Josette o Joseph Anido, un objetor de conciencia de origen gallego afincado desde hace años en Francia tras desertar del Ejército y fogueado en los círculos proetarras de Bayonne.

El matrimonio gallego conversa con los abertzales sin despertar recelos y los invitan a alojarse en la casa. Todo va bien hasta que Antonio y Rosalía descubren con angustia que los invitados han abandonado su hogar precipitadamente. Sin despedirse. Algo inesperado ha ocurrido. Temen lo peor y su aprensión se verá confirmada al ver tirado en el suelo un viejo álbum familiar que se guardaba en las polvorientas entrañas de un mueble. Está abierto por la mitad, con algunas fotos arrancadas de su sitio. Se echan las manos a la cabeza. Son las imágenes de su hijo durante la jura como agente de la Guardia Civil. Lo han descubierto. Afortunadamente, Antonio y Rosalía logran avisarlo a tiempo. José Antonio Martínez sabe que está condenado a muerte y que comienza una carrera contra reloj contra la ejecución de la sentencia.

Ahí acabó la asombrosa misión en ETA de José Antonio Anido Martínez, que llegó a situarse como hombre de confianza del último gran jefe de la banda, Mikel Antza, de quien era chófer y conducía a citas secretas que solo unos pocos miembros de la dirección etarra conocían. Anido fue el topo que colaboró en la caída de la cúpula de la banda en Bidart en 1992, propició la captura del pistolero Mobutu en Toulon en 1994, autor del asesinato de tres guardias civiles en una prueba ciclista, y que a punto estuvo de hacer caer también al propio Antza, una operación en marcha frustrada al ser descubierto en 1995.

Y ahí empezó su odisea en una interminable clandestinidad en la que aún vive misteriosamente sumido, tras cambiar varias veces de identidad. El Cesid lo esconde en 1995 en Madrid y Barcelona, con los comandos etarras pisándole los talones, hasta hacerlo desaparecer en Sudamérica. Un tiroteo con asaltantes tres años después en las calles de Bogotá en 1998, donde prestaba servicios de seguridad en la embajada española en Colombia, en el que pierde la vida su compañero, el guardia civil Domingo Gómez Franco, vuelve a poner a los pistoleros de ETA sobre su pista. El agente de origen coruñés custodiaba un maletín con cinco millones para uso diplomático, que logra poner a salvo de los atracadores tras abrirse paso a tiros a costa de resultar herido en una pierna. Los periodistas de El Mundo Manuel Cerdán y Antonio Rubio manejaron entonces la hipótesis de que Anido había sido atacado por guerrilleros de las FARC, que mantenían relaciones con ETA.

La relevancia del suceso colombiano en la prensa española resulta fatal para Anido. La nueva identidad trucada con los segundos apellidos de sus padres, como Antonio Cabana Romar, es reconocida por ETA, que lo coloca otra vez en la diana. Los medios de comunicación españoles hablan del héroe de Bogotá y se le espera en Madrid para recoger una condecoración, pero nunca aparece. A partir de ese año 1998, el rastro del topo de Santa Sabina, como lo bautizó un escritor de A Costa da Morte, de donde procede la familia de Anido Martínez, se pierde para siempre en la oscuridad. Sin que la sentencia dictada por su traición se haya revocado todavía en los círculos etarras contrarios al desarme. "Su vida es digna del mejor guión de thriller americano „señala el escritor coruñés Xosé Manuel Lema„. Caminando cada minuto sobre el filo de la navaja. Un auténtico trapecista sin red en un circo de odio y venganza. Oculto en un túnel de silencio, primero como infiltrado y después en el anonimato, para no ser devorado por sus perseguidores. Sus padres se casaron en Santa Sabina, una parroquia de Santa Comba, y después emigraron a Francia, a Estrasburgo, donde nació José Antonio, que solía visitar Santa Comba. Aún es recordado por aquí, aunque mucha gente ignora su extraordinaria historia. Un vecino de Santa Sabina me comentó que aún recordaba su aspecto, más bien alto. Solía pasar por aquí unos días y de repente se marchaba con prisa."

José Antonio Anido Martínez recibió una formación de élite en la Guardia Civil, hasta que se le encargó la misión de infiltrarse en ETA, el tipo de operación policial más selectiva en aquellos años. Anido es con el cinematográfico ´Lobo´ -cuya experiencia es recreada nuevamente por unja novela recién publicada estos días- el único agente que los servicios de inteligencia lograron infiltrar en el corazón de la dirección de la banda terrorista con resultados espectaculares. A Anido se le creó la identidad de Joseph Anido, un objetor de conciencia huido a Francia, para conectar con los círculos extremistas de Bayonne. Poco a poco consiguió adentrarse en el santa sanctorum abertzale hasta ganarse la confianza de los reclutadores de ETA.

A principios de los 90, había logrado introducirse en el núcleo más hermético de la banda. Sus informaciones fueron claves para la caída de la cúpula de ETA en la localidad francesa de Bidart en 1992. Fue el mayor golpe policial a la estructura etarra, en vísperas de los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Expo de Sevilla, del que ETA nunca se recuperaría del todo. Entre los detenidos se encontraban Francisco Múgica Garmendia, Pakito o Artapalo, considerado el máximo dirigente y el responsable directo de los comandos operativos. Así como Txelis, el ideólogo y estratega de la banda y Fittipaldi, el principal experto en explosivos. La trascendencia del golpe hizo declarar al entonces ministro del Interior, José Luis Corcuera, que "se había decapitado a ETA".

José Antonio, con el apodo de Josette, acabaría siendo el chófer de Mikel Albizu Uriarte Mikel Antza, que en 1993 asume la jefatura de la organización tras la debacle de Bidart hasta su detención en 2004. Antza era más que un pistolero. En él se daban cita el intelectual, era licenciado en Ciencias Políticas por la Sorbona, y el hombre de acción. Fue el cerebro y el ejecutor de la espectacular fuga de dos etarras de la cárcel de Martutene. Entró en el centro penitenciario como un supuesto técnico de sonido del músico Imanol, que iba a ofrecer un concierto y salió con dos presos escondidos en los bafles. Es el dirigente etarra que más tiempo se mantuvo al frente de la organización.

De hecho, fue el último gran jefe de ETA, ya que tras su caída la jefatura de la banda fue asumida por jóvenes de la Kaleborroka, con un nivel de preparación muy inferior al de sus predecesores.

En los años que el agente de origen coruñés se mantuvo como hombre de confianza de Antza, hasta 1995, nunca ocultó ante sus jefes etarras sus raíces gallegas, lo que hace suponer que Santa Comba fue uno de los lugares en los que los comandos de la banda rastrearon su pista cuando su filiación policial fue descubierta en 1995. Antza, que fue condenado en 2010 a 20 años de cárcel en Francia, es el hombre que mejor conoce el paradero de los arsenales de armas que ETA aún no ha decidido entregar. La cúpula actual de ETA, formada por los restos de la generación del terrorismo callejero, diezmada policialmente poco antes del cese definitivo de ETA, no dispone de mucha información sobre el armamento escondido. Una parte de esta nueva dirección más imbricada con la izquierda abertzale ha intentado hasta ahora en vano que Antza les confíe el paradero de los arsenales para concluir el proceso de paz. Otro sector de ETA, en línea con Antza, se opone sin embargo al desarme si no se liberan los presos de la banda.

José Antonio Anido Martínez no podrá recuperar una vida normal tras décadas de clandestinidad hasta que el desarme y la disolución de la banda terrorista sean irreversibles. Hasta entonces, la condena de muerte seguirá vigente. Su nombre y su rostro, si es que aún sigue siendo el mismo, tendrán que seguir en la sombra. "Anido tendría que hacer lo mismo que yo y hacerse la cirugía

estética si quiere pasar desapercibido. Su cara ya es conocida", declaraba Mikel Lejarza, el celebérrimo Lobo, en una entrevista al hilo del estreno de la película sobre su vida.