Carmina Escrigas, de Comunika, dice que su oficina, más que un espacio de coworking es "como un piso compartido de trabajadores". La oficina de Torreiro nació hace ya un año como "una solución para gente que está harta de trabajar en bata", sentencia Escrigas, que no le ha puesto nombre a su espacio. "Somos profesionales que compartimos gastos, pero también colaboramos en proyectos y las expectativas se han cumplido con creces", relata esta profesional de la comunicación.

"Mi trayectoria me llevó a trabajar siempre en redacciones llenas de gente, me gusta trabajar con ruido, con impresoras funcionando y con personas, a ser posible, que hablen y que griten. Acostumbrada a eso, cuando empecé a trabajar en solitario entré en shock", comenta Escrigas, que asegura que empezó a practicar el coworking antes de que se acuñase la palabra y se pusiesen de moda la economía colaborativa.

Le gustó la experiencia de compartir oficina, cafés, horas de trabajo, llamadas de teléfono y aventuras, así que empezó a buscar en la ciudad un sitio en el que encajar, algo que se adaptase a sus necesidades, pero no encontró nada, así que, se decidió a montarlo.

"Yo quería algo más que una mesa y una silla, quería tener todos mis bártulos a mano y compartir el día a día, a ser posible, con gente creativa", relata y, como su oficina nace de una necesidad, no se la plantea como un negocio, ni siquiera tiene un nombre en la puerta que identifique qué pasa del otro lado.

"Aquí todo lo que hay es de todos, desde el café hasta la sala de reuniones, es una oficina colaborativa, así que no intentamos atraer clientes para cubrir puestos. Aquí tu sitio es tuyo, te puedes traer a tu gato si quieres. Yo no quería rotación ni tener que llevarme las cosas a casa al acabar de trabajar, quería un ecosistema laboral", dice Escrigas, con parte de sus libros cubriéndole la espalda y con la sala de reuniones siempre abierta para nuevos proyectos.