Así, a lo grande, en plenitud vocal, se despide de España con una ópera completa Mariella Devia, una de las más importantes sopranos de los últimos tiempos; y lo hace precisamente en A Coruña. También así, a lo grande, entre interminables aclamaciones, despide a Mariella Devia esta ciudad musical donde ya cantó La sonnambula, de Bellini, hace 35 años. Junto a ella, otro grandísimo cantante: el tenor, Celso Albelo. Los dos han situado el nivel de esta Lucrecia Borgia coruñesa a la máxima altura artística. Y eso que Albelo se hallaba aquejado de una bronquitis; pero el cantante tinerfeño es una fuerza de la naturaleza: una dolencia que hubiera puesto fuera de juego a cualquier otro, para él no pasa de ser una incomodidad superable; ni siquiera tal circunstancia fue anunciada por la megafonía. Las aclamaciones, reiteradas, incansables, rubricaron cada una de las actuaciones de estos dos soberbios artistas, y alcanzaron el clamor en los momentos en que cantaban juntos. Pero, además, el reparto de esta ópera difícil y de grandes exigencias vocales -requiere hasta once intérpretes-, se ha completado con cantantes de primer nivel: la mezzosoprano, Elena Belfiore, el bajo Luiz-Ottavio Faria y el tenor, Francisco Corujo. Los tres fueron muy aplaudidos y braveados. Belfiore, sobre todo en su aria del segundo acto; Faria, especialmente, en la soberbia escena del primer acto con Devia; y Corujo en el dúo con el bajo. No hemos visto una ópera representada, es verdad; pero, a cambio, hemos escuchado una espléndida función de ópera, al nivel de las que se ofrecen en los primeros coliseos del mundo. También los segundos papeles tuvieron su momento de gloria. Es verdad que, en muchos momentos, las voces de los venecianos, acompañantes de Gennaro en la corte de Ferrara, notables individualmente, no acabaron de encajar en los pasajes en que actuaban como cuarteto vocal. El Coro Gaos, que dirige Fernando Briones, comenzó con alguna inseguridad; pero se fue afianzando a lo largo de la obra y ofreció momentos brillantes, sobre todo en el segundo acto. La Orquesta, soberbia. No entusiasmó la dirección un poco rutinaria y de gesto repetitivo, del ucraniano Yurkevych; pero es de justicia reconocer que completó sin desajustes ni fallos ostensibles una difícil ópera.