Crítica

Emotividad

Julio Andrade Malde

Si algo ha definido el recital del pasado sábado ha sido la emotividad. Por encima de cualesquiera otras consideraciones. Amigos de la Ópera de La Coruña ha rendido su segundo homenaje a Ángeles Gulín, la soprano dramática gallega que con toda probabilidad ha hecho la carrera internacional más importante. Y lo ha hecho del modo más emotivo posible: con el concurso de su propia hija, Ángeles Blancas, cantando un repertorio que hizo -o querría haber hecho- su madre. Claro que la voz de Blancas no es la misma que la de Gulín, lo cual naturalmente condiciona la elección de las obras; pero la idea de recordar a su madre le ha hecho elegir algunas que tal vez no convengan del todo a su tesitura actual. Por otra parte, el recital impide la manifestación de una de las cualidades más importantes de Ángeles Blancas: sus dotes escénicas. La voz ha madurado y se ha hecho más grave desde aquella Traviata del año 2005 en el Palacio de la Ópera coruñés. Pero, a cambio, algunos agudos resultan esforzados -aunque otros sean brillantes y estén bien colocados- y se advierte una cierta irregularidad tímbrica en los distintos registros. Mantiene, no obstante, la fuerza expresiva y un importante caudal de voz, que ella busca controlar utilizando a menudo los reguladores del volumen. En mi criterio, tuvo sus mejores momentos en la obra de Wagner, que le permite expresar cambiantes e intensos sentimientos. Fue muy aplaudida y ofreció un simpático bis: Les chemins de l'amour, de Francis Poulenc. El pianista italiano, Auletta, tiene cualidades muy estimables, como la preciosa sonoridad que consigue en los tiples del piano y una formidable capacidad para conseguir una brillante y limpia pirotecnia en la difícil paráfrasis verdiana de Liszt. Como acompañante, siempre muy correcto.

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