Israel y Ángela se conocieron hace un par de años al coincidir en el albergue de la institución benéfica Padre Rubinos, él tiene 24 años y ella tan solo 21. A pesar de su juventud, ya saben qué es vivir en la calle, no tener a dónde ir, enfrentarse al frío y carecer de un plan de futuro.

"Nos gustaría tener una ayuda para alquilar un pisito y formar una familia", explican, sentados en una de las mesas que hay en el punto de calor del Comité Antisida de A Coruña (Casco). Para ellos, el hecho de que él tenga derecho a que le concedan la Renda de Inclusión Social de Galicia (Risga), es un "pasito más", un obstáculo menos hacia una vida normalizada, lejos de la calle y de las entidades sociales que les prestan ayuda, a esas a las que solo les gustaría volver de visita, como voluntarios, de los que ponen su experiencia al servicio de los demás.

Su historia no es como la de José Severino Márquez, también usuario de la entidad Casco. Y es que él tiene ya 62 años, cobra una paga de 426 euros, de los que se queda con 226, porque, según asegura, "por orden judicial" debe entregarle 200 euros a su hija, "de 21 años" cada mes. Su vida no fue siempre así, recuerda que trabajó siempre, tanto en el mar como en tierra, pero que, en 2011 mientras trabajaba como camionero, tuvo un accidente de tráfico. Primero vino la baja, después el despido y, más tarde, intentar que le reconociesen la incapacidad para volver a tener un empleo, sin suerte todavía, así que, ahora, vive en una casa "de okupa" y, como no tiene agua corriente, va a Casco a ducharse.

Dice que los días se hacen muy largos cuando no hay nada que hacer ni nadie que espere su llegada, así que, un día se le dio por pintar las instalaciones de la entidad que, a diario, le brinda un techo, un café, agua caliente y también compañía. Ahora, su mente está más en conseguir jubilarse y tener una pensión que en reincorporarse al mundo laboral.

A Israel y a Ángeles aún les queda todo por hacer. Ella se escapó de su casa, en Vilagarcía,

con 18 años y con un novio al que acabó dejando "por maltrato", con él vivió en la calle y, después de muchas idas y venidas, conoció a Israel en el refugio de Padre Rubinos. Él se crio en centros de acogida y no tiene familia, así que repite que le gustaría formar una. Les queda todavía tiempo y, en su mente, está aprovechar todas las oportunidades que puedan. Mientras tanto, siguen yendo a Casco, compartiendo mañanas y cigarros con los demás usuarios mientras se les seca la ropa en el cuarto de atrás.

Hablan desde la experiencia cuando dicen que "hay gente que se acostumbra a vivir en la calle", a sobrevivir al margen de todo y que, para ellos, no quieren un futuro de este modo. "Yo ya estuve dos años en la calle con mi anterior pareja y no lo pasé nada bien", dice Ángela, que, actualmente, tiene "muy poca relación" con su familia y que, además de con los problemas económicos, tiene que lidiar también con la dolencia "cardíaca" que padece y que le exige cuidarse más de lo que su situación le permite.