En 1849, un familiar de Sara Méndez, que es alumna del instituto Puga Ramón, cogió sus cosas y se fue de Chantada a Buenos Aires. En su casa guardan todavía un documento del Consulado sellado el 5 de octubre de ese año en la capital argentina. En 1907, el 29 de marzo, otro Méndez, José, se fue a La Habana, trabajó en el establo de carruajes de lujo de Antonio Méndez y a mediados de octubre de 1907 regresó a casa, así se lo comunicó a su hermano por carta. Traía 22.169 pesetas en la maleta. Es la historia de Sara y, como la suya, la de ocho compañeros más sonó ayer en la segunda sesión del programa de Afundación Fálame da emigración.

En estas reuniones, alumnos de Secundaria hablan con voluntarios del Espazo +60 de la Obra Social de Abanca (antes llamado centro de mayores) de su experiencia con la emigración. En la primera jornada son los mayores los que cuentan cómo dejaron atrás familia y amigos en busca de una vida mejor y, en la segunda, en la que vivieron ayer los alumnos del tercer curso de Secundaria del Puga Ramón, son los jóvenes los que toman la palabra.

Algunos de ellos, como Jean Carlos, para hablar en primera persona de su marcha de Perú, de cómo algunos de sus hermanos y hermanas se quedaron allí y de cómo tuvo que empezar de nuevo, a hacer amigos en un lugar extraño.

También Fabiana habló de su Venezuela natal y de su marcha, de la decisión de su familia de abandonar su país, su negocio, su casa, los estudios en la Universidad de su hermana para venirse al país de sus antepasados. Y es que, ya uno de sus familiares, catalán, había emigrado a Venezuela en 1800.

Para la tutora de los alumnos de tercero C, Marta Brage, este experimento de escudriñar en el pasado familiar ha sido "muy enriquecedor" para todos. "Muchos decían que nunca se habían parado a hablar de esto, incluso, no sabían que sus abuelos y sus abuelas hablaban otro idioma. Es muy bueno para aproximar a las generaciones", explicaba ayer Brage.

Al abuelo de Claudia, que nació en 1945, lo embarcaron en una travesía de quince días hacia Argentina. Tenía cinco años y viajó solo. Se quedó en su tierra de acogida durante 25 años, allí estudió y creció, pero se volvió a España al morir sus padres. Ahora, va a Argentina todos los años porque una parte de sus recuerdos se forjaron allí.

Los abuelos de Nerea se marcharon en 1971 a Suiza, cuando tenían ya cuarenta años. Ella trabajó en un restaurante y él en la construcción. Sus hijos se quedaron en España, así que, les mandaban cartas, porque, para entonces, no había Skype ni WhatsApp ni Facebook, aplicaciones sin las que sus nietos no conciben ya el mundo. A Nerea le contaron que su experiencia fue dura, que tenían que ahorrar para mandar dinero a casa y que hacían vida con otros emigrantes. Cada nueve meses tenían que volver porque no les expedían permisos de trabajo más largos. Estuvieron así catorce años. En 1985 volvieron definitivamente.

La madre de Leticia nació en Ecuador y, en 2001, emigró a España, primero estuvo en Ávila, después, conoció a su pareja en Madrid y, ahora toda la familia vive en A Coruña. Asegura que, al principio, "no fue fácil".

Para Brage, esta actividad tiene también un componente de "abrir los ojos" a la realidad, de que los jóvenes de quince años sepan que en sus familias hay historias de despedidas, de maletas y de renuncias. "Cosas buenas y malas" que contar, pero que hacen a sus abuelos las personas que son.