-Lo más triste de sus memorias casi es el título: Un de tantos.

-Sí, uno de tantos de los que sufrieron y los que pelearon para conseguir la democracia y la libertad. Las memorias eran un modo de contarlo para que se sepa.

-Y, sin embargo, usted se resistía a redactarlas. Tuvieron que persuadirlo.

-Es que mi oficio es picar carbón, no escribir. Me cuesta muchísimo. Me pasó además que, después de trabajar un año seguido en ello, no sé a qué tecla le di que me desapareció el texto. Se borró todo. Tuve que rehacer de nuevo el libro, y eso fue para mí un suplicio. Pero tienes la seguridad de que alguien va a recordar lo que cuento allí.

-Lo que narra son las penurias de la dictadura. ¿Cómo comenzó su activismo contra el régimen?

-Mi activismo contra el régimen lo empecé con la huelga del 57 en La Camocha, Asturias. Llegué cuando se estaba organizando, y una de las cosas que hice fue distribuir panfletos llamando a la participación en el camión que nos trasladaba a los trabajadores desde Gijón. Cuando estaba repartiéndolos, le di uno a un policía que iba camuflado entre nosotros. Me cogió, pero tuve mucha suerte, porque se dieron cuenta rápido de que yo no sabía leer ni escribir.

-¿Qué ocurrió entonces?

-Conté que me habían dicho que los papeles citaban para una espicha de sidra. Y me pusieron en libertad. Esa fue mi primera participación en la lucha contra la dictadura.

-Entonces no se imaginaría que acabaría escribiendo sus memorias.

-No. Yo todo lo que hice ha sido siempre sobre la marcha, improvisando. No pensando en el futuro.

-Si no, no habría hecho nada.

-Posiblemente [risas], pero afortunadamente no me desmotivó la represión y aquí sigo. Es mi gran satisfacción.

-¿No le pesaba el miedo?

-Recuerdo que me temblaban las piernas cuando me tuve que dirigir a los compañeros en Pozo Lláscares para pedirles que se sumaran a la huelga. Tenía que hacer grandes esfuerzos para que no se me notara que estaba nervioso, y eso me costó mucho. Y luego, en el juicio, cuando el presidente del Tribunal preguntó si tenía algo que alegar y le dije que sí. Entré allí con una petición de 9 años de condena, y salí con 11 tras mi intervención.

-¿Por qué le juzgaban?

-Por manifestación y reunión. Había una empresa que contrató la reparación de la carretera desde Las Palmas de Gran Canaria hasta el norte. Cuando las hizo, empleó a personas a las que no pagó. Nosotros estábamos tratando de conseguir cobrar del fondo de garantía. Cuando estábamos reunidos en una playa, se presentó la Guardia Civil. Llegó a las 11.00 de la mañana y a las 20.00 horas aún seguíamos resistiéndonos. En aquella pelea yo llevé un tiro entre la femoral y el fémur. Ellos querían detener a los cabecillas, pero nosotros dijimos que o nos detenían a todos o a ninguno. Nos condenaron a 23.

-¿Uno no piensa en abandonar después de recibir un tiro?

-No, no tienes tiempo para andar reflexionando sobre cuestiones de largo alcance. Yo soy un tío pragmático, he ido yendo de una a otra. Aunque el rosario de las cárceles que pasé me costó lo mío.

-Decía en alguna ocasión que "lo peor que podía pasarle a un preso era ir a dar con sus huesos al penal del Puerto de Santa María". Y usted acabó allí.

-Sí, aquello era una máquina de invalidar personas. Había unas celdas de castigo que eran como nichos, y allí hacían las de Dios. Mientras que yo estuve -del 68 al 75- mataron a dos presos. Denuncié los asesinatos, y las dos veces fui castigado. Nuestro objetivo era conseguir un Estatuto de Preso Político donde se reconociera nuestra condición como tal, y eso nos costó muchos problemas.

-¿Alguna vez se atendieron sus demandas?

-Me atendieron una vez. Yo hice los 8 grados de la básica de Bachiller en la cárcel, y eso tenía un premio, que solía ser medio año de condena por cada curso. A mí me dieron, por todos, 14 días y medio, que rechacé por instancia vía interna por excesiva generosidad. Ellos entendieron que era una mofa, acusaron recibo de que me quitaban los 14 días de redención, y me metieron un mes de castigo.

-¿A qué se agarraba en esos momentos?

-Siempre me agarré a lo más positivo. Todas las luchas que han llevado a mucha gente a desmotivarse, han ayudado a muchos otros a seguir con la pelea. Nuestro objetivo era conseguir las libertades, y eso siempre tiene compensación anímica. Además, teníamos ingenuidad. En la primera huelga, en el 57, ya decíamos: "De esta cae". Fíjate tú, del 57 hasta el 75?

-Antes de su tiempo en el penal de Andalucía, fue refugiado en Bélgica. ¿Por qué regresó?

-Nos íbamos metiendo en los años 65, 66? Y el Partido Comunista Español pensó que era bueno que los que no teníamos responsabilidades fuéramos viniéndonos para darle el último empujón al que no caía. Cuando quise volver, no quisieron legalizar mi situación en España. Yo advertí de que iba a ir quisieran o no, cogí el tren y llegué a Irún, donde me estaba esperando la Guardia Civil. Me tuvieron secuestrado 6 meses, yo creo que fue para ver si me volvía a Lieja [se ríe].

-¿Y cómo se vive el fin de la dictadura después de toda una vida luchando contra ella?

-Con entusiasmo. La muerte de Franco la viví en la prisión de Pontevedra. Cada vez que sentíamos la música de los avances informativos, bajábamos todos en barrena a escuchar la noticia. Estuve así días, hasta el punto de que me cansé y ya ni bajaba. Pero un día sucedió.

-Desde entonces han pasado décadas, pero muchas víctimas siguen desaparecidas.

-Eso produce desaliento. Estamos descubriendo huesos, levantando pasados? por toda España. Ya llevamos bastantes monolitos clavados, sufragados además entre los que seguimos interesados, pero los interesados somos muy minoritarios. Por eso la Ley de Memoria Histórica parece el cuento de nunca acabar. No la ponen en vigor.

-Una de las demandas que sí se va a responder ahora es la de trasladar a Franco del Valle de los Caídos. ¿Es un primer paso para hacer justicia?

-Hacía falta que lo sacaran ya antes, lo dilatan tanto que nos vamos a olvidar de quien fue. Pero confío en que se haga, el optimismo es algo innato en mí.