Hija del cantaor Enrique Morente y de la bailaora Aurora Carbonell, Estrella Morente no podría haberse dedicado a otra cosa a que no fueran las tablas. Con más de 15 años de rodaje en la escena musical, la cantante granadina abrirá esta noche la tercera jornada de As noites de María Pita, donde compartirá con los coruñeses sus soleás desde las 22.30 horas. Varias bulerías, y algún que otro guiño a Lola Flores entrarán también en el repertorio de la artista. Estrella Morente promete ofrecer en A Coruña un espectáculo "con calor y sabor a verano y a noches bonitas", en una ciudad "especial" a la que acude "ilusionada".

- Padre, madre y hermanos artistas. ¿Es inevitable subir a escena cuando se es un Morente?

-Creo que uno resulta ser siempre lo que ha tenido cerca. No pasa solamente en nuestra casa, que es una casa de flamenco y de cultura, sino en todas las familias. Yo sabía que quería ser cantaora desde pequeña. Siempre sentí que debía estar cerca de la expresión artística, así que mi padre me enseñó la devoción por todas las artes. Al fin y al cabo, la vida es un espectáculo, y yo me siento muy orgullosa de poder expresarme a través del flamenco.

-Algunas artistas como Rosario Flores han admitido que el talento de sus progenitores se convirtió en una presión en sus comienzos. ¿A usted le ha pesado su apellido?

-Yo en mi casa he sentido siempre que mi padre nos ha hecho independientes. Nos sentíamos absolutamente libres para tomar un camino u otro, porque nos inculcó una escuela de libertad, aunque siempre de respeto a los demás y a los clásicos que nos han servido de guía. Por eso, afortunadamente, nunca hemos sentido como una losa el llamarnos Morente, ni que nuestro apellido- que es sinónimo de cultura- fuera una desventaja.

-Más bien era una ventaja. Su padre pudo guiarle en sus comienzos, con los primeros discos.

-Sí, produjo todos mis discos hasta que desgraciadamente ya no pudo hacerlo más. No solamente era mi productor, sino que de alguna manera era mi amigo, la persona con la que más me gustaba estar, aunque a veces, como padre e hija, huyéramos el uno del otro [se ríe]. Pero es verdad que nos gustaba compartir la vida, y que lo hacíamos siempre que podíamos. A la vez, él era una persona que siempre supo separar nuestra carrera de la suya. Él nunca iba de papaíto, de protector, nunca nos quiso meter con calzador en ninguna parte. "Yo no me hago responsable de lo que hagan", decía, cuando le preguntaban por nosotros. No nos tiraba piropos gratuitos para que la gente nos diese una oportunidad, siempre trabajó con nosotros con una actitud honesta.

-Ahora hace ya ocho años de su fallecimiento. ¿Qué legado le ha dejado?

-[Toma aire] Hablar de él y de su ausencia es tan dañino y tan amargo? Ni el tiempo ni nada es capaz de mitigar el dolor de su ausencia, pero nadie puede acabar con la presencia de alguien que volcó su vida en la cultura y en hacer el bien a los demás. Su camino era un camino de honestidad, y llegó a ser alguien grande sin dejar ningún cadáver en el trayecto. Y eso para mí está por encima de cualquier otra lección que me pueda dar la vida. La palabra de mi padre iba siempre a misa, y no por imposición, sino porque era un hombre recto y coherente.

-Dice que él la llamaba La Pasionaria.

-Siempre. Yo nací en una casa en la que se defendía a los desprotegidos, y a mí me han enseñado eso. Yo era la gran guerrera, y mis hermanos también son igual. Jugábamos a ser héroes, pero yo creo que a eso juegan todos los niños, lo que pasa es que a veces tenemos mayores que nos saben guiar y otras no. Afortunadamente, en mi casa hemos tenido unos maestros de vida extraordinarios: mi padre, mi madre?

-Aurora Carbonell, la bailaora.

-Es una belleza por dentro y por fuera. Yo la llamo Los Ojos de España, porque ella con los ojos lo dice todo. A nosotros se nos fue nuestro padre, pero mi madre convirtió toda esa tristeza en alegría. Gracias a ella y a su esfuerzo por seguir manteniendo unida a la familia, nuestro refugio no fue la pena y la venganza. Cuando se fue mi padre, ella se puso a esculpir, a pintar. Además, por encargo de él. Le decía: "Pelota -así le llamaba- tienes que pintar". Fue un apoyo.

-Usted también pinta, pero es el flamenco el que le sirve para conocerse mejor.

-Yo creo que todos encontramos en algún momento algo con lo que tocarnos el pecho y decir: "Esta soy yo". Yo esa herramienta la encuentro en el flamenco, mi cante es mi vida. Pero cuando estoy en casa me encanta el silencio, escuchar a mis niños. Estar todo el día cantando no es necesario para ser cantaora, ni para sentirse español estar todo el día con las castañuelas.

-Hoy lo de sentirse español es un poco controvertido.

-Para mí es oler a esta tierra bendita, esas olivas, esos jazmines? A mí eso es a lo que me huele España, no a partidos políticos. Nunca estuve metida de cerca, porque mi objetivo nunca ha sido nada que no fuera el arte, pero no me canso de dar este mensaje: lo importante es dar un ejemplo de solidaridad y de compañerismo hacia los demás.

-Y partiendo de esa reivindicación, ¿cómo ve hoy el panorama político?

-Para mí es muy importante el hecho de ser auténtico, y la autenticidad ahora mismo de la política en España y de la justicia deja mucho que desear. Pero no estamos en momentos de quejarnos, ni de revueltas. No creo que tenga tanta importancia ahora una revolución. Creo que es más importante la calma y dar votos de confianza. Dejemos a la gente que supuestamente sabe arreglar eso. En todo caso, yo apuesto por la cultura.

-Por eso está ahora en plena grabación de su nuevo disco. ¿Qué forma tomará?

-Es una sorpresa. Puedo avanzar que estoy en manos de alguien a quien admiro profundamente, Isidro Muñoz. Bajo su batuta está fraguándose ahora mismo el trabajo en el horno. Puede acabar tomando otra dimensión, pero estamos en el camino de una mirada hacia el sonido popular, aunque devolviéndolo a la actualidad.