Aurora Fernández cumple en diciembre 89 años, dice su hija que a ella nunca le gustó la plaza, eso de tener que estar presa no era lo suyo, pero sí lo de las mujeres que vinieron detrás y que defienden su nombre, desde su puesto de la plaza de Lugo. "Esto es algo que llevamos dentro. No sé cómo explicarlo. Si al final del día no vendimos, sonreímos y mañana, Dios dirá, compramos menos y ya está", resume María de la Merced, a quien todos en la plaza llaman Aurora.

"Mi madre, de soltera, ya vendía pescado por la zona de Ferrol. Mi padre, que estaba haciendo la mili, le compró un día unas sardinas, ella contó mal y le echó de menos. Él le fue a reclamar al día siguiente y, hasta que se murió, estuvieron juntos", explica María de la Merced, a quien llaman Aurora por su madre, por el puesto del mercado y, ahora también por una de sus hijas, que está en la plaza "haciendo un máster en pescadería", dice con una sonrisa. La suya es la historia de unas mujeres fuertes, como tantas otras, que se levantan a las cinco de la mañana para comprar pescado y marisco, para ofrecer a sus clientes lo mejor que pueden darles.

"Cuando se casaron, mis padres se fueron para Noia y, allí, mi madre vendía por los pueblos con la cestiña en la cabeza, después mi padre se embarcó en un bacaladero y mi madre se quedó en casa, porque tenía tres hijos, pero al estar tantos años sola decidió montar un bar para que mi padre dejase de ir al mar, así que, mi padre atendía el bar y mi madre iba a vender vieiras, en la plaza de Ferrol, pero por fuera, no tenía puesto", relata. "Lo de Aurora se me quedó de cuando iba comprar con mi madre por las playas, con diez u once años, me dejaba con dinero y una báscula y ella se iba para otro lado, al contrincante le decía: ' Cóidame a nena', y comprábamos almejas y vieiras. Me llamaban Aurora pequena y yo siempre llevé el nombre con orgullo", explica. Lo de que su hija ya se llame así, viene de una casualidad. "Pensaba que venía un niño y, cuando vi que era una niña, tiré de lo que más cerca tenía", comenta.

"Mi madre siempre fue una mujer con mucha iniciativa, así que, primero, empezó a venir a A Coruña, al puerto, después cuando yo tenía trece años, más o menos, que ya trabajaba con ella, se hizo con un almacén en el puerto y nos vinimos a vivir aquí. Cuando yo tenía 16 años ya compró el puesto en la plaza de Lugo y, ahí me puso", relata. A ella, como a su madre, al principio no le gustaba estar detrás del mostrador, se sentía presa, ella que siempre había andado por arenales y muelles pero, con el tiempo, vio que la plaza le daba todo lo que, en ese momento, necesitaba. "Trabajaba muchas horas, pero era solo por las mañanas, así que, tenía toda la tarde libre para atender a mis niños", recuerda que, para entonces, como ahora, se levantaba a las cinco de la mañana y que su suegra le traía a los bebés para que les pudiese dar el pecho. "Mis niños mamaron la plaza literalmente. Yo me ponía en una esquinita en una silla y les daba de comer", relata y asegura que sus hijos siempre le quisieron al mercado porque sabían que, de ese puesto, salía todo lo que ellos tenían, desde la ropa y la comida hasta los estudios que cursaban. El autobús les dejaba muy cerca de la plaza, así que, cuando llegaban del colegio o en vacaciones, ayudaban "en lo que podían".

Ana, la mayor de sus hijas, se hizo cargo del puesto mientras María de la Merced estaba en el hospital quince años atrás recuperándose de un cáncer. "Le dije que le comprase a las compañeras para atender a un cliente que hacía un pedido todos los martes, pero ella enseguida se instaló y se puso a vender", recuerda. Más tarde, también su hermana Aurora se puso detrás del mostrador del puesto que lleva su nombre y el de su abuela.

"Al fin y al cabo, la libertad que nos da la plaza no nos la da un sueldo fijo", reflexiona delante de un café con leche María de la Merced, aunque con la vista puesta en la puerta de la plaza, por si hace falta que vuelva al puesto.

Ella, que lleva tantos años trabajando, dice que no seguirá los pasos de su madre, que se jubiló a los 65 años. "No es por egoísmo ni por dinero, es que, cuando me llegue la edad podré tomármelo con más calma. A la plaza hay que quererla, no se puede ver solo como un negocio", confiesa y extiende el argumento a sus clientes. "Gracias a ellos, mis hijos estudiaron, porque mi economía dependía única y exclusivamente del mercado y, ahora, también estudiarán mis nietos, así que, ¿cómo no estarles agradecida? Yo ya sé que no todos van a poder ser ministros, pero sí que me gustaría que tuviesen una formación y que, después, elijan si quieren estar en la plaza o no, que tengan esa posibilidad", dice. Yse declara "orgullosa" de pertenecer a la plaza de Lugo, porque, en el mercado todas las pescantinas son compañeras, se llevarán mejor o peor fuera de sus puestos, pero en la plaza no dudan en "acudirse" unas a las otras. Lo dice desde el punto de vista de una profesional que vivió momentos buenos, como cuando, en la plaza de Pontevedra, estaban todos los puestos en un planta y las tendencias las marcaba Karlos Arguiñano, con las recetas que hacía en la televisión, y momentos un poco peores, como la llegada de la crisis económica. "Esto es cíclico, hay años en los que la gente se priva más de comer, otros en los que se quita de vestir... Depende", dice resignada.

Ahora, para que el negocio que ha dado vida a tres generaciones en su casa no se muera, explica que es necesario que la gente joven vuelva a los mercados y que aprenda a distinguir el buen producto del que no lo es tanto. "Si trabajas con honradez, eso corre de boca en boca", resume. Es su legado.