Nací en la provincia de Lugo, en el seno de una familia de labradores que estaba formada por mis padres, Manolo y Sara, y mi hermano José Luis. Al poco tiempo de mi nacimiento la familia se trasladó a la localidad de Alvedro, donde mi padre trabajó en los primeros desmontes para la construcción del aeropuerto, del que fue empleado una vez que fue inaugurado hasta su jubilación.

Mi primer colegio fue una academia de O Burgo en la que estuve hasta los catorce años, edad en la que entré en la Escuela de Artes y Oficios, ubicada entonces en el instituto Femenino de la plaza de Pontevedra. Allí estudié Delineación y tuve como profesores a Cabrera y Llopis.

Mis amigos de toda la vida, que lo siguen siendo, fueron Toto, Manoliño, Lito y Tito. Como a cualquier juguete costaba un ojo de la cara y a las familias les costaba salir adelante, los chavales nos divertíamos con cualquier cosa, como las pinzas de la ropa, con las que hacíamos tirachinas, mientras que un trozo de madera nos fabricábamos tiratacos para hacer batallas entre nosotros con flores prensadas que salían disparadas.

Nuestra gran ilusión cuando nos daban la paga semanal, que no podía ser siempre, era acudir a los cines de nuestra zona, como el Coliseo, el Rialto y el Portazgo, donde lo pasábamos muy bien en las sesiones infantiles.

También me gustaba mucho ir a la ciudad con mis padres para pasear por el centro y ver los escaparates de los comercios, sobre todo los de las jugueterías como El Arca de Noé, Moya y Saldos Arias, que nos hacían felices por unos momentos al soñar que podíamos tener uno de aquellos juguetes cuando llegaran los Reyes.

Me acuerdo cuando nos llevaban a comprar las botas y zapatos a la famosa tienda de Segarra en la calle Real porque eran tan duros que duraban media vida. También lo pasaba muy bien cuando íbamos a las fiestas de Alvedro y sus alrededores, aunque a partir de los catorce años comenzamos a bajar a la ciudad los fines de semana y los festivos para pasear por los Cantones y la calle Real con el fin de ver a las chicas, así como para ir al cine o los bailes por las tardes.

El que más nos gustaba era el Gran Casino, en San Agustín, que siempre estaba lleno de chicas, aunque también íbamos mucho al salón Vilaboa, además de a los guateques que se hacían en la Universidad Laboral y a las salas El Moderno, Rey Brigo o El Seijal. A partir de los quince años empecé a jugar al fútbol en el Almeiras, en el que estuve hasta que me fui a la mili y luego jugué en el equipo de la Pulpeira de Sigrás.

Mi primer trabajo fue en Autopistas del Atlántico, en la que estuve hasta que hice la mili. Al terminarla entré en la empresa Maderó, en A Moura, que se dedicaba a la venta de accesorios de baño. Años después pasé al comercio Don Deporte y posteriormente a El Corte Inglés, donde trabajé durante casi dos décadas. Finalmente estuve en Armería Álvarez, en la que desarrollé los últimos años de mi vida laboral. Recuerdo que cuando empecé a trabajar lo único que me preocupaba era que llegara el fin de semana para disfrutarlo al máximo con mi pandilla en todas las fiestas y bailes, por lo que algunas veces llegaba al trabajo casi sin dormir.

En un baile en La Flor de Montouto conocí a Olga, de Sigrás, con quien me casé y tengo dos hijos llamados Rubén y Graciela. En la actualidad sigo reuniéndome con mis amigos de siempre para recordar los viejos tiempos y cuando puedo viajo con mi mujer por Galicia.