El polígono industrial de A Grela-Bens, creado en 1963, es el más antiguo de Galicia. Franco lo inauguró en ese año, acto que oficializó la puesta en marcha de la iniciativa urbanística del empresario Eduardo Diz. El polígono ocupa hoy unas 140 hectáreas, alberga más de quinientas empresas, y en ella trabajan veinte millares de personas. Esta área industrial se situó entre el límite de la ciudad y la refinería, sobre un área rural escasamente poblada. A principios del milenio se colmató el área, al tiempo que el crecimiento urbano la aproximó a la ciudad. En esos años se introdujeron cambios en la normativa urbanística para permitir que en el área de A Grela-Bens se instalaran superficies comerciales, que tuvieron diversa fortuna. El polígono, 55 años después de su creación, es un área urbana densa, totalmente trabada con el tejido urbano de la ciudad. Concentra numerosas industrias, servicios, espacios comerciales, incluso museos, como la Fundación María José Jove o el antes conocido como Macuf, cuyo anunciado cierre empobrecerá culturalmente la ciudad de una forma dolorosa. A Grela-Bens, como todos los polígonos industriales, es el resultado de una determinada manera de entender la ciudad. El desarrollismo de la década de los sesenta del pasado siglo y los principios de la organización funcional de la ciudad generaron esos espacios de pobre calidad urbana, en el que se construyen pragmáticas naves industriales, los viales se diseñan para que los vehículos pesados puedan maniobrar adecuadamente, sus usuarios acceden siempre en vehículo privado, con los consabidos atascos en horas punta, y nadie, jamás, pasea por sus calles, que tras la jornada laboral quedan desiertas. Casi vencida la segunda década del siglo, la evolución urbana de A Coruña, el desarrollo tecnológico y, sobre todo, la progresiva toma de conciencia sobre los problemas medioambientales y de calidad del espacio urbano, exigen la transformación de nuestros polígonos industriales. Entre todos ellos, el de A Grela, por su carácter pionero y su estrecho contacto con la ciudad, reúne especiales características para poder ser un referente con su inaplazable humanización. Una visión contemporánea de los polígonos industriales exige humanizar el espacio, introducir la naturaleza entre sus edificios, comunicarlos con un eficiente transporte público y mezclar diversos usos que mantengan la actividad a lo largo del día y de la noche. No se trata de abordar una operación cosmética para dulcificar la dureza del polígono industrial, sino de anticipar la evolución del tejido industrial, de incorporar nuevos valores medioambientales en una parte importante de la ciudad y de hacer vivible una discontinuidad áspera de la ciudad. Los impulsos transformadores, planteados inteligentemente, deben contar con ciertas inercias para aprovechar su impulso. Para la rehabilitación del tejido industrial son imprescindibles dos nuevas realidades: la transformación tecnológica y la economía circular. La primera demanda espacios de producción más cualificados, en los que las cadenas de montaje dejan paso a talleres tecnificados más reducidos y de mayor calidad espacial. Los sistemas digitales han transformado ya las operaciones logísticas y los procesos de producción industrial. Buena parte de los nuevos productos producidos en nuestros polígonos son consecuencia de estos nuevos procesos. Por otra parte, la economía circular exige la reutilización de productos y subproductos del proceso fabril, lo que implica la necesaria cooperación entre empresas y la complicidad de los consumidores. Estas nuevas relaciones favorecen los movimientos entre los centros de producción-transformación en un entorno más reducido. El polígono ya no será un lugar al que transportar materias primas y desde el que distribuir bienes de consumo, para convertirse en una realidad más compleja, trabada con el tejido de la ciudad. Pero la tarea no es fácil. El plan Busquets preveía una serie de corredores verdes para ser ejecutados en un plazo de entre 8 y 10 años. Uno de ellos trazaba un arco desde Os Rosales hasta Oza, pasando por Bens, A Grela, ronda de Outeiro y O Castrillón. Esa línea verde sería un elemento importante en la transformación de A Grela, al introducir nuevas posibilidades de vialidad, paisajísticas, ambientales y de uso del espacio del polígono. Todavía lo esperamos. Este tipo de transformaciones exigen inversión, decisión y, sobre todo, voluntad política de acuerdo que supere los cuatro años de cada legislatura e implique varios programas y diversas administraciones. No podemos darnos por vencidos. Si hacemos el esfuerzo de imaginar lo que es y lo que puede ser y tomamos conciencia de la ciudad que queremos para las próximas generaciones, tendremos claro qué exigir a aquellos que están dispuestos a asumir el gobierno de nuestra ciudad y de nuestro país, para ir, de una vez, del gris al verde.