El día de las primeras elecciones municipales en la ciudad, el 3 de abril, un atípico martes laborable, salieron de sus casas a votar 166.106 coruñeses. Las urnas recibieron 1.654 papeletas nulas y hubo 77.179 abstenciones, un porcentaje bastante alto. El 53,5% del censo repartió sus votos entre diez partidos. El recuento, definitivo a última hora de aquella jornada y ratificado días después, dio forma a una Corporación muy fragmentada, con cuatro formaciones de izquierda y dos de derecha.

UCD y CD obtuvieron 8 y 4 escaños respectivamente, insuficientes para sumar una mayoría de gobierno, y acabaron aunando fuerzas como oposición. El PSOE fue el partido progresista más votado (17.903 apoyos que le dieron 6 actas municipales), seguido por Unidade Galega con 5 asientos (15.060 votos), el Partido Comunista de Galicia con 2 (7.639) y el Bloque Nacional Popular Galego con otros 2 (7.268).

Sin el respaldo suficiente para entrar en el salón de plenos se quedaron el Partido de los Trabajadores de Galicia (PTG), con 1.576 votos; el Movimiento Comunista de Galicia (MCG), con 894; Falange Española (FE-JONS), con 756; y la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), con 269 votos.

El conocido como Pacto del Hostal, rubricado en la noche del 17 de abril en el Hostal de los Reyes Católicos, decidió tras tensas discusiones la formación del Gobierno municipal de A Coruña, el primero de la democracia, con Domingos Merino como alcalde con el respaldo del resto del frente de la izquierda con representación en el Concello.

La ciudad encendía la luz de su faro proyectada hacia toda Galicia, proclamaba en su discurso de investidura, en lengua gallega, Domingos Merino, un comercial de Monte Alto con alma nacionalista. Fue el único alcalde entre los 141 concejales de 22 localidades que Unidade Galega obtuvo en toda Galicia en las municipales. Su gobierno de fuerzas condenadas a entenderse, inexperto en la gestión municipal y proclive a la disputa, caería víctima de estériles debates ajenos a la rutina administrativa y los sectores más tradicionales de la ciudad buscaron en Merino cualquier motivo para cuestionar su gestión.

Una de sus primeras medidas fue el encargo a los técnicos municipales, con el apoyo de asesores externos, de la redacción del Plan General de Urbanismo bajo la dirección del concejal responsable de ese área, Rafael Bárez, del PCG. Su trabajo sustituía al iniciado en el mandato de Liaño por una empresa, pero sería anulado en gran medida por la Corporación surgida de las elecciones de 1983, liderada por el socialista Francisco Vázquez.

Era una Corporación que no entendía de las hoy correctas cremalleras de género, con solo tres mujeres con escaño: Pilar Valiño en las filas del PSOE, María Jesús Porteiro en UCD y Pura Barrio en UG; Margarida Vázquez entraría en María Pita por el BNPG tras la dimisión de Xan Pombo con el mandato en curso. A Coruña fue una de las cinco provincias (además Ceuta y Melilla) en las que en 1979 no hubo presencia de alcaldesas; en Lugo y Pontevedra tampoco.

Dos años después de aquel 3 de abril, tras el golpe de Estado del teniente coronel Tejero en el Palacio de las Cortes y después de negarse a apoyar una iniciativa de apoyo a la Corona y a la Constitución, el alcalde Merino llevaba la crisis municipal a su punto más traumático con su dimisión. Otros cinco regidores en cuatro décadas (Joaquín López Menéndez, Francisco Vázquez, Javier Losada, Carlos Negreira y Xulio Ferreiro) le sucedieron. Las elecciones del próximo mes de mayo escribirán un nuevo capítulo en las páginas históricas de las municipales coruñesas de la democracia.