Mariano Llorente (Madrid, 1965) regresa a la trinchera. A la Guerra Civil española, y también al horror nazi, que ya abordó con éxito en El triángulo azul. Con esa pieza, el dramaturgo se hizo con el Premio Nacional de Literatura Dramática, obtenido junto a la directora y coautora Laila Ripoll. Donde el bosque se espesa, su nuevo espectáculo, une de nuevo al dúo de Micomicón con un recorrido por la memoria histórica de España, Polonia y la antigua Yugoslavia, que ofrecerán en el Rosalía tanto esta tarde como mañana a partir de las 20.30 horas.

¿No genera rechazo en el espectador tanta crudeza?

Se abren muchos dolores, pero es el teatro que queremos hacer. Hablar de las guerras en Europa, de los desaparecidos, de los criminales... Es verdad que parte del público puede no querer enfrentarse a esto, pero yo no tengo la experiencia con este espectáculo. La gente se queda muy tocada, pero no podía ser menos con el tema que tratamos.

Lo que proponen es un viaje histórico por Europa. ¿El continente tiene una herida común?

El continente tiene las dos guerras mundiales y, sobre todo en Polonia, Yugoslavia y España, un mayor número de desaparecidos que en otros países. De nuestro conflicto bélico quedan más de 100.000 personas en las cunetas que nunca van a aparecer. Eso es lo que unifica al continente.

Uno de sus personajes, Isabel, se niega a profundizar en ese pasado, ¿España se resiste también a abrir su propio cajón?

Yo creo que sí. Creo que Isabel es un poco esa persona de nuestra familia que detesta que se hable de la guerra y que ironiza con el tema de sacar a los muertos de las cunetas. Hay mucha gente así, a escala nacional y política. Nosotros suplicamos que abran los ojos, y que miren lo que está apareciendo en nuestra caja.

¿Qué deberíamos cuestionarnos como país?

Yo creo que la Transición. Nadie va a reprochar nada a los que la hicieron, porque la hicieron como se pudo pero, pasado el tiempo, hay que revisar algunas cosas. En ese momento hubo que tirar para adelante, todo se tapó con un dolor insoportable y eso brota en nosotros. Los de nuestra generación somos los nietos de ese dolor de la Transición, y creemos que sacar a un ser humano para entregárselo a sus parientes es lo que cura heridas. O se enfrenta eso, o España va a ser irreconciliable.

Dramaturgos, cineastas y escritores trabajan desde hace años sobre esa premisa...

Se está lanzando un grito. Yo creo que la sociedad civil va por delante de los políticos. El Parlamento legisla cuando algo viene con mucha fuerza, pero antes hay que militar en la calle.

¿El teatro es una forma de activismo?

De activismo, pero con arte porque, si no, no funciona. Yo no creo que nosotros seamos unos panfletistas. Nos interesan determinados temas complejos políticamente, sobre todo los que están relacionados con los derechos humanos.

Usted suele actuar en todas las obras de su compañía, pero en esta se ha desmarcado.

Fue una decisión de organización. Yo estaba con Laila Ripoll [directora y coautora] en la parte dramatúrgica, y me parecía muy complicado estar también como actor, así me quedé fuera. Fui alimentando permanentemente el proceso de bibliografía y filmografía.

Volcarlo luego a cuatro manos, ¿generó muchos debates?

Solo al tomar decisiones. Pero escribir a cuatro manos supone pactar y, sobre todo, tener una confianza absoluta en tu interlocutor para decir: "Esto no vale, a la basura". Generalmente, lo que Laila y yo hacemos es elegir fragmentos y temáticas dentro de la obra. En esta yo me encargué de toda la parte de Yugoslavia, y Laila de toda la parte española y de la Guerra Mundial.

Ella aseguraba en una entrevista que, para poder comer, debían salir de Micomicón. ¿La dramaturgia es para románticos?

[Lo piensa] No es para románticos, es para convencidos. Efectivamente, tenemos que hacer muchas cosas fuera de la compañía, como cine, televisión o dramaturgia en otros contextos, porque antes daba, pero ahora no. Hay que tener mucho fuelle para escribir teatro sabiendo que hay tantas dificultades para llevarlo a escena. Pero nosotros esperamos tenerlo.