La urbe y el puerto de A Coruña son dos realidades inseparables desde los orígenes del asentamiento humano en la península herculina. Por su parte, la Universidade da Coruña (UDC), creada en 1989, es una institución pública que acoge a 16.800 estudiantes y da trabajo a más de 2.100 personas, entre profesorado y personal de administración y servicios. Probablemente concentra el mayor número de empleos públicos en el área metropolitana ártabra, conformada por las ciudades de A Coruña y Ferrol.

Un convenio de 2004, firmado entre el Ayuntamiento de A Coruña y el Ministerio de Fomento, recogía el compromiso de reordenar urbanísticamente, en un plazo máximo de cuatro años, los suelos desafectados del puerto interior, tras desplazar a la dársena de punta Langosteira diversas actividades. Entre esos terrenos se localiza el ámbito de los muelles de Batería y de Calvo Sotelo, con una extensión de casi seis hectáreas y media, al que el Plan Xeral de Ordenación Municipal (PXOM) de 2009 asigna usos residenciales, comerciales y terciarios, entrelazados mediante zonas verdes y de ocio.

En el año 2018, el Ayuntamiento convocó un concurso de ideas sobre la fachada marítima de la ciudad, que incluía la intervención en dicho ámbito. Sin entrar a valorar los pormenores del concurso, pueden resumirse los usos aportados por los concursantes en dos: ocio y residencia, en mayor o menor grado en función de cada propuesta.

Unos meses más tarde, desde la UDC se plantea desarrollar, en una parte de la parcela de la fábrica de armas, un nuevo recinto universitario: el Campus de la Tecnología de la Información y Comunicación, conocido como Campus TIC.

Observando los múltiples y variados titulares que esta noticia genera, no podemos sino pensar en las veces que en los campus de A Zapateira y Elviña nos quejamos de la distancia a la ciudad. Al menos en Arquitectura. Aunque sabemos que es un lamento compartido con otras facultades.

Nos preguntamos por qué no disponemos de edificios representativos como el cuartel de Atocha, o el de la Fábrica de Tabacos... como sucede en múltiples ciudades nacionales o internacionales. Nos gusta la seta, nuestro edificio, pero gustosos nos cambiaríamos a la ciudad consolidada. Iríamos caminando a la Escuela „a la Facultad„; sería mucho más sencillo incorporar el contexto urbano a las aulas... La actividad universitaria tendría, sin duda, una repercusión mayor y más directa en la ciudad. Y, desde luego, disfrutaría de un mayor grado de eficiencia y sostenibilidad.

Y entonces, ¿por qué estamos donde estamos? No por estrategia, ni por una planificación intencionada. Ha sido el resultado de un encadenamiento de oportunidades sobrevenidas desde finales de los años 60 del siglo XX. La primera, de la mano de la Fundación Barrié, que disponía de unos terrenos en los que se ejecutaron sucesivamente las Escuelas de Arquitectura Técnica, de Arquitectura Superior, y el Colegio Universitario, actual Facultad de Ciencias. La segunda surgió con el cierre de Fertiberia, la fábrica de fertilizantes, que facilitó la ampliación del recinto, en lo que hoy se conoce como campus de Elviña.

Casi sesenta años más tarde, surge una nueva oportunidad: los terrenos de la fábrica de armas. Y la misma respuesta: aprovechémosla, terrenos baratos... A los ocho campus que tenemos en la UDC, dos en Ferrol y seis en A Coruña, añadámosle uno más. Hagamos un nuevo campus al que llegaremos también en coche... O más bien llegarán el personal investigador adscrito y las empresas vinculadas.

Curiosamente, tanto en el proyecto para el puerto, como para el Campus TIC se maneja la sostenibilidad como eje vertebrador. Un concepto que lleva implícita la condensación de funciones, el aprovechamiento de sinergias. Reusar, reciclar, rehabilitar; reducir los movimientos en vehículo privado; favorecer el comercio de cercanía; establecer usos polifuncionales, y recuperar la ciudad tradicional, el hecho construido más sostenible. Aspectos todos ellos muy vinculados a la tercera dimensión de la universidad: la transferencia de conocimiento. Incluso a una cuarta, la responsabilidad social. Esta se manifiesta con un vicerrectorado dedicado a tal fin, pero también con su compromiso con la sociedad. En las aulas se aprende, pero la comunidad universitaria enseña con su manera de actuar. Libre, científica, racional. Sostenible.

Con estas consideraciones, aunar la actividad en el puerto con los usos universitarios, reutilizando y poniendo en valor el patrimonio industrial, parece una opción pertinente. Una alternativa que pone en contacto dos situaciones urbanas de primer orden que pueden confluir en una acción común, dando respuesta a tres cuestiones, ¿qué se hace con el puerto?; ¿dónde debe ubicarse la universidad con respecto a la ciudad?; y ¿cómo se pone en relación la ciudad con la Academia?

El emplazamiento del campus universitario en el enclave portuario, la cota baja de la ciudad, aportaría numerosas ventajas. Entre otras, la cercanía al Palacio de Exposiciones y Congresos, Palexco; a las áreas comerciales del centro; a las instalaciones hoteleras y a la lonja, edificio que simboliza la relación de nuestra ciudad con el mar. Asimismo, tendría una repercusión muy positiva para la regeneración del barrio del Orzán y de la Ciudad Vieja, al implementarse un uso que requiere de alojamientos transitorios de corta y larga estancia para alumnado, personal investigador y docente, o profesionales ligados al Campus. También favorecería, a lo largo del día, los desplazamientos sin una dependencia plena del transporte automovilístico, sea privado o público. Incorporaría la intermodalidad, elemento clave en la movilidad urbana, con el fin de rebajar los niveles de contaminación ambiental existentes. Por otra parte, los edificios industriales, con su imagen característica, consolidada a lo largo del tiempo, actuarían como memoria viva de un pasado común. Y, además, existe superficie suficiente para una ampliación futura si fuese preciso.

La relación íntima entre la universidad, a través del Campus de las TIC, y la ciudad, a través del puerto, conlleva una relación biunívoca. La primera puede aprovechar, entre otros equipamientos, los auditorios y las salas de exposiciones del entorno y, a su vez, las instalaciones ligadas a los usos universitarios pueden ser compartidas con la ciudadanía.

La institución académica ocuparía unos terrenos con vocación pública. Su emplazamiento en los muelles permitiría dar continuidad al paseo marítimo, enlazando el existente con Oza. Recuperar el borde litoral para la colectividad. Y sin tener que renunciar a los usos portuarios, industriales y turísticos presentes en la zona, tal y como se ha explicado en una comunicación presentada por los abajo firmantes en el Congreso Internacional Ciudad y Territorio Virtual celebrado en Barcelona los primeros días de octubre del presente año.

Un último apunte. A finales del siglo XIX, Pau Gil, un banquero barcelonés asentado en París, ordenó en su testamento que, tras liquidar la Banca Gil, de su propiedad, la mitad de los bienes obtenidos se destinase a construir un hospital, que debía ser gestionado por el Ayuntamiento de Barcelona u otra entidad similar. A su vez, en esos años, la Fundación de la Santa Creu había decidido construir un nuevo hospital ante las deficientes condiciones del edificio ubicado en el barrio gótico. Los gestores de la fortuna de Pau Gil y la Fundación de la Santa Creu aunaron esfuerzos. De ahí nace el Hospital de San Pau y la Santa Creu, una referencia en el campo sociosanitario y arquitectónico, y un modelo de estrategia colectiva.

Ponerse de acuerdo en establecer estrategias encaminadas a conseguir un mismo fin no es un camino fácil. Pero sin duda, a largo plazo es más efectivo y relevante que asumir oportunidades sobrevenidas. Y desde luego, más sostenible.