Nací hace 78 años en la avenida de Hércules, donde viví con mi madre, Dolores, y mis hermanos Víctor y Eduardo. Años después nos mudamos a la calle Hospital para vivir con mis abuelos, Dolores y Ricardo, hasta que me casé y me trasladé al Monte das Moas con mi madre y mi tía, aunque ahora vivo en la avenida de Oza. Siempre estaré agradecida a mi madre por los sacrificios que hizo para sacar ella sola adelante a la familia en una época en la que la vida era muy difícil, ya que hacía poco que se había acabado la Guerra Civil y todo estaba racionado con cartillas.

Mi primer colegio fue la Grande Obra de Atocha, del que cuatro años después pasé a la academia de Carmen Montero en Rúa Nueva hasta los catorce años, edad en la que me puse a trabajar para ayudar a mi madre. Empecé como aprendiza en un comercio de lencería del centro en el que durante bastantes años aprendí todo lo necesario de este negocio, lo que me valió para después de casarme abrir mi propio comercio en el barrio de Os Castros, llamado Lencería Marta, en el que desarrollé el resto de mi vida laboral, en la que alcancé los 64 años cotizados, por lo que el Gobierno me concedió la Medalla al Mérito en el Trabajo al ser la persona que más tiempo había trabajado en España, un galardón que recibí con mucha ilusión.

Mis amigas de la época en que viví en la calle Hospital fueron Pilar Cañás, Mari, Pilar Longueira, Honorio y Maribel, los tres últimos de la calle San Roque y mayores que yo, aunque siempre me llevé muy bien con ellos. En esos años solíamos jugar en la calle o en los portales de nuestras casas. Las que teníamos una de aquellas muñecas de cartón piedra recortábamos vestidos de papel para vestirlas o esperábamos a que en casa nos lo confeccionaran en casa con cualquier trapo viejo, lo que mi tía Carmen solía hacerme muchas veces. En el rellano de las casas también montábamos con cajas de cartón tiendas en las que nos intercambiábamos las pocas que teníamos, como tebeos, cuentos o postalillas. En mi familia tuvimos la suerte de que mi abuelo Ricardo nos hacía juguetes de madera, como un patinete con el que nos divertimos mucho.

También esperaba con ilusión que llegara el domingo para ir a la sesión infantil de cines como los Hércules, Coruña, Savoy y Kiosko Alfonso, el último de los cuales se convertía en verano en una sala de espectáculos en la que actuaban los artistas más conocidos de la ciudad.

Antes de ponerme a trabajar, solía veranear en la casa de una prima de mi madre, conocida como La de los chocolates e iba desde allí hasta Santa Cristina por el embarcadero de As Xubias, donde las lanchas de los hermanos conocidos como el Rubio y Baltasar nos pasaban al otro lado. Recuerdo que en esas lanchas iba muchas veces un niño que vivía allí mismo y al que llamaban Cañita Brava, quien solía cantar acompañado del sonido de unas tablitas que llevaba. También me acuerdo de Elisa, la Toquera, que era la guardabarrera del paso a nivel de tren.

Los domingos y días festivos íbamos a pasear a los Cantones y la calle Real, muchas veces llevando a un familiar de carabina. Como yo trabajaba, solo podía salir los domingos, en los que solía ir a los bailes del Circo de Artesanos escoltada por mi tía, especialmente a los de carnavales, en los que me disfrazaba con mi grupo de amigas y amigos en los concursos, en los que muchas veces ganamos el primer premio.

En un baile en esa sociedad conocí a mi marido, Jaime Rey, que trabajaba en la Fábrica de Tabacos y era coralista del grupo folclórico de la empresa y de Follas Novas, con quien tengo dos hijos, llamados Ricardo y Marta, que nos dieron cuatro nietos: Carmen, Pablo, Andrés y María, que llenan por completo nuestras vidas de abuelos.

Testimonio recogido por Luis Longueira