Hace tiempo que tras la barra de la Colón huele más que a azúcar y a nata. Junto al chocolate, el limón, y la frambuesa que relucen escarchadas en las vitrinas, se cocina desde el año pasado el cambio, el vértigo de cerrar una etapa con décadas de historia, y la ilusión de abrir una puerta nueva. La célebre heladería ha decidido abandonar su icónico emplazamiento en el número 26 de la Avenida de la Marina, y mudarse con sus bártulos y recetas al callejón de la Estacada. El reloj ya ha empezado la cuenta atrás, en pos de más espacio para despachar sus dulces. "Después de Reyes cerramos. El 7 de enero será el último día aquí", confirma el propietario, Daniel Reboredo.

Atrás quedarán las vistas al teatro al que el local le debe el nombre, y los recuerdos adheridos a las pequeñas mesas de mármol y sus espejos con caligrafía antigua. La nueva Colón tendrá "el doble" de metros cuadrados, una zona de trabajo "más amplia" y un aspecto renovado, aunque con guiños a un pasado que ha logrado anclarse a golpe de cucurucho en la memoria de los coruñeses.

Explica Reboredo que han sido horas las invertidas para lograr otro punto "de referencia" como el que construyeron en el 88 sus padres. "Llevamos mucho trabajando. Quiero que cuando la gente entre vea una heladería nueva, pero que también se dé cuenta de que está en la Colón", dice el responsable, que espera iniciar la nueva temporada "a finales de febrero".

A medida que se aproxima la fecha del último cierre, a Reboredo la nostalgia se le acumula. "Llevo aquí toda la vida, lo voy a echar de menos", admite. Cuenta que el negocio lo heredó como quien hereda el ADN, de una familia emprendedora que quiso hacer de la Marina un refugio de sabores congelados. Allí fue creciendo, siempre entre tarrinas, hasta tomar las riendas "en el 96 o el 97".

Ya estaba al mando cuando Miliki, su recuerdo más preciado, entró por la puerta. "Es la persona que más ilusión me hizo", afirma el dueño. A otros, a diferencia del payaso, los reconoció bastante después. "Me pasó con Miguel Ángel Silvestre. Yo no sabía quién era, pero las niñas le sacaban fotos, y me enteré cuando lo colgó en redes ", recuerda. Amancio Ortega y "casi todo el Deportivo" han sido otros de los "clientes ilustres" de la heladería. La mayoría apuesta por los clásicos „el chocolate, el mantecado y el limón son las peticiones más populares„, a pesar de las novedades que, con el tiempo, han ido engrosando la carta.

De los menos de diez sabores con los que arrancaron, la plantilla despacha ahora exóticas variedades como la mandarina o la manzana asada. Las hacen cada día, "sin coger atajos", lo que les obliga a trabajar de noche en la temporada estival. El horario les ha granjeado más de un vecino variopinto que les ha visitado con los años. "Solemos coincidir con los que salen de Pelícano", dice entre risas Reboredo, que ha sido testigo de la evolución de la cultura del helado.

Cuando sus padres estaban al frente, la Colón cerraba "desde El Pilar hasta San José", privando de sus postres en invierno. Hoy cualquiera puede encapricharse de sus polos en las frías tardes, un cambio que ha sido bienvenido. Nochebuena y Fin de Año se han convertido en los puntos álgidos del dulce, que venden "más que en agosto". Muchos de los temerarios se tornan clientela fija, esa en la que hoy confía Reboredo, y con la que aguarda volver a encontrarse al otro lado de su nueva vitrina.