Me crié en la calle Juan Castro Mosquera cuando todavía estaba sin asfaltar y estaba rodeada de campos y los chalés de los trabajadores de Sindicatos que llegaban hasta Santa Margarita, cuyas calles, que también tenían el pavimento de tierra, llevan el nombre de ríos gallegos. Mi padre, Eladio, era conocido como O Zoqueiro de Ourense, ya que esa fue su profesión, mientras que mi madre, Magdalena, trabajó en Intendencia Militar.

Mi único colegio fue el que se conocía en mi barrio como el de Cancelada, en el que aprendí lo básico, ya que a los catorce años tuve que ponerme a trabajar en el comercio La Palma, en la calle San Andrés frente a la Caja de Ahorros, donde fui costurera cuatro años. Luego seguí con esta actividad en casa de mis padres hasta que a los veintidós años entré a trabajar con mi madre en Intendencia, donde permanecí hasta que me jubilé. Un par de años después de empezar en este último empleo me casé y tuve dos hijos, Alberto y Camino, quienes ya me dieron dos nietos, Óscar y Bruno.

En mi infancia „de la que me siento muy orgullosa a pesar de las muchas necesidades que me tocó pasar porque terminaba la Segunda Guerra Mundial cuando yo nací„ tuve la suerte de integrarme en varias pandillas de chicos y chicas de mi barrio, con muchos de los cuales me sigo viendo en la actualidad.

Recuerdo lo bien que me pasaba en esos años con nuestros juegos, en los que los niños siempre se hacían los valientes ante nosotras haciendo competiciones como la escalada por las rocas de la cantera de Santa Margarita, aunque la mayoría de las veces les ganábamos, incluso también jugando a las canicas y a la bujaina.

En aquellos años los niños cambiábamos tebeos y libros de aventuras entre nosotros en librerías de la zona e íbamos a los cines de barrio como los Doré, España, Monelos y Equitativa para ver películas de aventuras. También hacíamos tómbolas en la calle para vendernos o cambiarnos entre nosotros las cosas que teníamos, aunque algunas veces no obteníamos más que el tiempo que perdíamos. En aquellos años teníamos toda la calle para jugar con total tranquilidad porque apenas había vehículos y los pocos que había en nuestro barrio sabíamos a menos a que hora lo hacían.

Cuando bajaba con mi madre en navidades al centro, me faltaba tiempo para recorrer todos los comercios y ver los escaparates para luego escribir la carta a los Reyes Magos y esperar que me trajeran algunos de aquellos juguetes que había pedido, lo que por desgracia casi nunca se cumplía, aunque siempre agradecía lo que me dejaban como si fuera un tesoro.

En el verano solíamos ir en pandilla a las playas de Riazor y Lazareto, donde nos pasábamos todo el día con unos simples bocadillos. Cuando empecé a trabajar, los fines de semana bajaba con mis amigas a pasear por las mañanas al centro, por el que casi no se podía pasar de la cantidad de gente que había, aunque a nosotras nos daba lo mismo porque lo que queríamos era ver a los chicos.

De aquellos años me acuerdo de la Tómbola de la Caridad que se colocaba en los jardines de Méndez Núñez, de cuando venía Franco a pasar el verano en la ciudad y, sobre todo, de la romería de Santa Margarita y de las fiestas que se hacían en mi calle. En la actualidad me sigo viendo con mis amigas de toda la vida y con otras que fui conociendo, por lo que tengo el tiempo muy ocupado entre mis amistades y mi familia.

Testimonio recogido por Luis Longueira