La concesión de un premio, con su acto de entrega, permite ensalzar las virtudes del galardonado. Cuando el elogio es unánime y la palabra la tiene más de un invitado, cuesta quedarse con uno o dos méritos concluyentes para hacerse una idea de la relevancia de quien obtiene honores. Manuel Gallego Jorreto, reconocido por segunda vez con el Premio Nacional de Arquitectura, acaparó ayer decenas de alabanzas al recibir el premio en una de sus más significativas criaturas arquitectónicas, el Museo de Belas Artes de A Coruña. El veterano profesional, arropado por su familia y numerosos compañeros del gremio, se refirió a su oficio y a su dedicación de más de medio siglo en términos de "búsqueda" y de "relación con el territorio", aspectos recalcados también por quienes intervinieron. "La arquitectura es la búsqueda de uno mismo sin olvidar su contacto con la sociedad, la búsqueda del espacio del hombre en el mundo de hoy".

Palabra de Jorreto. Los más de 150 asistentes al acto dedicaron un largo aplauso al arquitecto, sonriente y emocionado, al terminar un discurso en el que viajó por sus orígenes, su carrera, su unión y comunión con Galicia, los cambios en su profesión y la adaptación a las nuevas exigencias sociales y ambientales. "Acompañado de mi mujer y de mis hijos y mis nietos, de todos ellos me siento hoy deudor", concluyó, tras manifestar su creencia en "un mundo local que coexiste con un mundo global".

La deuda de la sociedad con la obra de Jorreto la puso de manifiesto en la laudatio inicial el arquitecto y amigo del premiado Miguel Ángel Baldellou. "En la arquitectura de Gallego se está bien; algo acontece de modo imperceptible", expresó. Es un sello el del autor del Museo de Belas Artes, el Complejo Presidencial de Galicia y el Museo de las Peregrinaciones de Santiago que da sentido "poético" a la utilidad de sus creaciones. Su arquitectura es "elocuentemente discreta, elegante, distinguida, rigurosa y coherente, sutil", describió Baldellou con estos y otros calificativos. "En nombre de todos los aquí presentes, estamos elogiando a mi amigo", finalizó, como preámbulo a una proyección de una veintena de obras de Jorreto.

En el vídeo, al final, el arquitecto mira a la cámara desde la mesa de su estudio después de trazar un diseño en un papel. Un minuto después recibía de manos del ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, José Luis Ábalos, la pieza que representa el Premio Nacional de Arquitectura. Los presentes en el auditorio del museo se pusieron en pie. A Baldellou fue al primero al que dio un emocionado agradecimiento; a continuación, a los "admirados colegas" que le llenaban de satisfacción.

El turno de intervenciones se completó con las palabras de Ábalos y del presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo. El ministro expresó su "respeto y admiración por la aportación de Gallego Jorreto al patrimonio cultural de Galicia y de España". Y trasladó el oficio arquitectónico al ámbito político para avanzar algunas de las ideas que su departamento quiere "construir" durante el mandato (ampliar el área de Vivienda, crear un Museo Nacional de Arquitectura). Citó la ciudad como "una de las primeras de España" que limitará la velocidad a 30 y 20 kilómetros por hora en sus calles y ofreció su Ministerio para que Galicia "deje de ser periferia".

Feijóo evitó la propaganda y se centró en la identidad de los gallegos para enlazarla con la huella territorial y social que dejan trabajos como los del ayer premiado. "¿Cuántos Gallego Jorreto hay en nuestra historia? Muchos no han tenido reconocimiento y yo quiero reconocer esa arquitectura anónima de calidad que ha definido la identidad el pueblo gallego", dijo. "Es un honor vivir en una casa de Jorreto", concluyó, al referirse a la residencia que ocupa en Monte Pío, a la que el presidente invitó al propio Ábalos, en lugar de los despachos y "palacios" de Madrid.

Premiado y familiares, autoridades, cargos públicos y numerosos arquitectos de la ciudad presenciaron el cierre del acto, que por primera vez en 80 años no se celebró en Madrid: la artista coruñesa Sés se entregó a la fuerza de las canciones Tempestades de sal y A paz esquiva.