En la ciudad canadiense de Vancouver, las cota de lluvia alcanza los 165 días al año. En A Coruña la media es más baja, pero la frustración de ver resbalar el agua por los cristales es también una vieja conocida. Mientras que para un adulto el aguacero significa una jornada fastidiosa, sin embargo, para un niño es una oportunidad de ocio. "Los charcos siempre funcionan. Hay algo en el mancharse que tiene un punto de atractivo, como el jugar cuando se supone que no puedes hacerlo", explica Fermín Blanco.

El arquitecto ha aprovechado esa pasión infantil para Life Between Umbrellas, un concurso convocado por el Ayuntamiento de Vancouver con el fin de reunir ideas con las que divertirse al aire libre bajo los chubascos. El programa de Nenoarquitectura de la Fundación Seoane ha sido el caldo de cultivo para las propuestas, de las que el Concello canadiense seleccionó tres el año pasado. Un gorro con luces que sirve de paraguas y una pérgola de agua a presión fueron dos de las participantes, que han acabado vencidos por Human Printer-Art Easel. El proyecto, desarrollado durante un trimestre junto a 40 niños coordinados por el equipo del Sistema Lupo, recibirá hoy uno de los premios de diseño del certamen, que incluye el compromiso de llevar a la práctica la idea en Canadá.

El director de la iniciativa, Blanco, asegura que el camino ha sido largo hasta la victoria. La propuesta empezó a incubarse en los encuentros semanales con los pequeños, a los que „a pesar de competir en el área profesional„ se les dejó añadir su "aliento infantil" al proceso creativo. El arquitecto es un abanderado de la inclusión de los niños en esas primeras etapas, incluso aunque las sugerencias puedan ser disparatas. "Esa locura es también la parte buena. Les salen ideas que no están contaminadas por filtros o prejuicios", indica el responsable, que les propuso el "reto" de "convertir un problema" como la lluvia en una veta llena de "potencialidad".

La posibilidad ganadora la encontraron en una obra de Tatiana Medal, que se encuentra en la propia Fundación Seoane. "Es un panel con tintas de colores. Como está junto a una ventana, se producen juegos con la luz y la pieza se transforma", explica Blanco. Aplicado a la lluvia, el color y el juego se convirtieron en un caballete portátil de policarbonato, con un depósito en la parte superior en la que se colocan una serie de pigmentos. Al llenarse, indica el arquitecto, las celdas de las placas se van cargando de pintura, que después puede emplearse a modo de pincel con la apertura de unos grifos que se encuentran en la parte baja.

Los suelos de las plazas se convierten así en lienzos, en los que los más pequeños pueden expresar su creatividad. Al principio lo probaron solo los de A Coruña, pero este sábado el juego cruzó el charco para aterrizar en Vancouver. A la urbe costera voló la semana pasada Blanco, para ultimar los detalles del taller en el que su Art Easel dejó de ser un prototipo. "Un carpintero nos construyó el caballete, e invitamos a colegios y entidades de la zona. Llegar aquí ha sido un poco una odisea, porque el proyecto tuvo que ser estudiado por biólogos y químicos", detalla.

Aunque los pigmentos son naturales, la propuesta tuvo que superar las restrictivas políticas de vertidos del país. Los informes alargaron la noticia de la victoria todo un verano, y no fue hasta septiembre cuando los coordinadores firmaron el contrato para el desarrollo del proyecto. En la espera pudieron endulzarse con otra victoria en la modalidad infantil, en la que dos niñas de Nenoarquitectura subieron al podio con un mecanismo para pintar las fachadas a través de los canalones. Proyectos como este Rainbow Factory son para Blanco una muestra de la cercanía entre arquitectura e infancia, un punto en el que los pequeños pueden absorber competencias como la creatividad, el trabajo en equipo y la resiliencia ante la frustración.