La vida en un centro penitenciario nunca es fácil. Las desigualdades que marcan los privilegios de fuera se agrandan dentro: si uno es pobre, en prisión lo será el doble. Si convivir con una discapacidad conlleva, a veces, ciertos escollos, en un penal estos pueden convertirse en montañas.

Muchos ni siquiera comprenden el porqué de haber entrado en la cárcel o qué delito han cometido, mucho menos los pormenores del proceso que les ha llevado hasta esa situación. El contar, al otro lado del cristal del locutorio, con una red de apoyo familiar preparada para guiarles, de nuevo, a la vida fuera, es otra rara avis intramuros, un rol que en la asociación Fademga Plena Inclusión Galicia se han propuesto adoptar en los penales gallegos.

Desde el año 2002, profesionales de la entidad encaran ese papel de guía dentro y fuera de los centros penitenciarios, una vida que una ayuda de la fundación Barrié ayudará a prolongar en el tiempo. La técnica Rocío Rey lo hace desde hace seis años, período en el que se ha familiarizado con el micromundo de realidades que es un penal a través de salidas, talleres, clubes de lectura o debates para estimular el pensamiento crítico.

Del manejo del reloj a la lectoescritura; de la elaboración de la lista de la compra a los cambios que el mundo que está ahí fuera sufre cada día. "Tenemos sesiones individualizadas con cada uno de ellos en función de sus necesidades. También hacemos excursiones, hace poco fuimos a Santiago a petición de uno de los usuarios", enumera la técnica. El número de reclusos acogidos al programa también va variando. A día de hoy, son 50 en las tres cárceles gallegas. En Teixeiro, alrededor de 10 reciben ese apoyo. Son, sobre el papel, muchos menos de los que deberían poder acceder a un servicio como este, ya que no todos los casos de enfermedad mental o discapacidad se reconocen en los procesos.

Un apoyo que va desde la realización de simples trámites del proceso judicial hasta el ayudar a comprender el funcionamiento de la cárcel, cuyos engranajes siguen dinámicas que a veces se les escapan. "Hay muchas normas, la mayoría por escrito", explica Rocío Rey. En cualquier caso, una mano amiga que no juzga a quien ya ha sido juzgado, destinada a allanar el camino de quienes se espera que estén condenados a caminar solos.

Porque, en contra de lo que pueda parecer, el verdadero reto aguarda fuera. Desligarse de la vida pautada una vez concluye la estancia en prisión es a veces más complicado que permanecer dentro. "Hay gente que tiene condenas largas. Salen al mundo en diez años y todo ha cambiado una barbaridad, a algunos les pilló el cambio de la peseta a euro", ejemplifica Rocío Rey.

Para los reclusos, el programa es un oasis. La mayoría gana, además de en recursos para el día a día, en habilidades sociales. "He aprendido a expresarme con la gente, no agobiarme cuando estoy nervioso, el cariño de relacionarse con las personas", resume uno de los usuarios. Para otros, lo fundamental es haber adquirido virtudes como la educación o haber ganado en tranquilidad. "Tengo amigos", concluye otro de ellos tras su experiencia en el programa. "Estabilidad emocional", reflexiona otro. Para el futuro, muchos tienen claras sus prioridades: sentirse arropados, tener un trabajo estable, rehacer sus vidas y empezar de cero. Es un colectivo al que, sin duda, no son ajenos los prejuicios. "Pensarán que somos todos unos delincuentes, pero no somos todos iguales", zanja otro usuario.

A todo ello se suma el peso del estigma. El que se cierne sobre los propios reclusos y el que afecta a la existencia de programas como este, que implican una inversión en la mejora de la calidad de vida de quienes han cometido delitos, más o menos flagrantes. La tesis del castigo sigue prevaleciendo sobre los beneficios de la reinserción. "La no reinserción te perjudica a ti. Si no se trabaja con esa persona, tarde o temprano saldrá sin reinsertarse. Hace poco hubo críticas porque se hizo el camino de Santiago con algunos reclusos', comenta la técnica del proyecto.

La realidad del ecosistema del centro penitenciario tiende a homogeneizarse, de forma que las miles de realidades que conviven en el sistema se convierten, a ojos de la sociedad, en un único contingente. Es por eso que la sensibilización con operadores jurídicos y partes de los procesos es la otra gran pata del programa, de forma que se den a conocer otras vías de cumplimiento alternativo que puedan evitar que el recluso con discapacidad intelectual se convierta en el eslabón más débil del penal.

"Alguna persona que entró y cumplió un año de condena sufrió abusos, por lo que ese año fue más perjuicioso para él. Si hubiera cumplido en otro lugar, el refuerzo habría sido diferente", explica la profesional, para quien la comprensión que la sociedad pueda mostrar es un escalón esencial en el trabajo con las personas con discapacidad en prisión: "A veces te encuentras con que alguien que ha hecho algo horrible de mayor, ha sido maltratado de pequeño. Como sociedad, no se ha protegido a esa persona".