Como en la mayoría de las farmacias, la de Pilar Rioboo está "desabastecida en cuanto a mascarillas y geles desinfectantes". Pero no para las trabajadoras, que se aprovisionaron bien ante las primeras señales de la situación. El espacio ha puesto además mamparas, y antiséptico a disposición del público, que compra rodeado del aroma a lejía. "Estamos nerviosas, y la gente también. Los primeros días hubo avalanchas para conseguir lo que se podía", explica Rioboo.

Dice que las caras al otro lado de la barra se han rejuvenecido, porque "los jóvenes vienen a comprar por sus abuelos". Ante algún vecino enfermo el personal de la farmacia se ha armado también de solidaridad y le ha llevado el medicamento hasta casa. El que opera en el establecimiento se siente desprotegido con la caída de la noche, y estudia reducir su horario: "Deberíamos cerrar a las ocho, por seguridad. En la ronda de Outeiro somos uno de los únicos comercios abiertos".