Nací en la zona de San Amaro conocida como las perreras, ya que allí estaba esa instalación municipal. Era una zona de monte muy empinada que llegaba hasta el mar en la que solo había cuatro casas de planta baja en las que en invierno se pasaba mucho frío y humedad. Cuando tenía cinco años mis padres, Matías „conductor de la empresa de autobuses El Pacífico„ y Rosa, decidieron que nos trasladáramos a la calle Vera, en el barrio de Cuatro Caminos, donde nació mi hermana Rosa y donde residí hasta que me casé.

Allí fue donde formé parte de una gran pandilla en la que también estaban Luisín, Lucense, Martins, Moncho, César, Sampayo, Roca, Pili, Rosita, Marujita y Teresa, con quienes jugaba en la calle con juguetes que hacíamos nosotros mismos con madera, como pistolas o camiones cuyas ruedas eran corchos de botellas, además de tirachinas para las batallas que organizábamos. Mi único colegio fue el Concepción Arenal, donde tuve como compañeros a Roca y Joaquín.

El cine era una de nuestras mayores diversiones, por lo que esperábamos con ansia que llegara el domingo para ir a salas como Monelos, Gaiteira, Doré y España. En ese último el acomodador nos fumigaba con un pulverizador de insecticida para matar a los bichos que había, mientras que la señora María vendía en un carro de madera pipas y chufas al peso con la ayuda de un cubilete de parchís. Los que nos sentábamos en la primera fila de las localidades de general tirábamos las cáscaras de las pipas al patio de butacas, por lo que el acomodador subía a veces y nos echaba a la calle.

Como en invierno las lluvias y las tormentas hacían que el cine se quedara muchas veces sin electricidad, mientras esperábamos que volviera, los chavales montábamos un follón y nos metíamos con el acomodador, aunque el pobre no podía hacer nada para contener a tantos niños.

A los diez años empecé a jugar al fútbol en el equipo de As Xubias y cuando comencé a trabajar pasé al Liceo de Monelos durante tres temporadas. Luego estuve cuatro años en el Eirís, donde tuve como compañeros a Otero, Fernando y Roca y ascendimos a Primera de As Mariñas. Luego me pasé al fútbol sala en el equipo Portela y posteriormente me dediqué a entrenar al María Pita, del instituto de Monelos. A los doce años me puse a trabajar como chico de los recados en la empresa de radiadores Ordóñez, situada en la calle Castiñeiras, frente a la fundición Wonenburger.

En ese trabajo estuve dieciséis años, al principio llevando los radiadores en una carretilla hasta Correos, donde recogía los que traían de la zona de Betanzos, por lo que hice más kilómetros que Bahamontes con la bicicleta. Lo buen fue que pude tener dinero para salir con mis amigos cuando empezamos a salir por el centro a pasear e ir a los bares.

Durante ese tiempo aprendí el oficio, lo que después me permitió establecerme por mi cuenta con mi gran amigo César, fallecido recientemente, en la empresa Radiadores Folgar, situada en la calle Monasterio de Bergondo, en la que trabajé hasta mi jubilación.

En la actualidad formo parte del grupo de jubilados del club Unión Sportiva, que nos reunimos todos los sábados para cantar en el coro.

Testimonio recogido por Luis Longueira