La jornada diaria de Nazareth Ruzo se ha vuelto frenética desde que empezó el confinamiento. En las horas hábiles que componen el día a día de la coruñesa, que empiezan a quedarse escasas, se solapa el cuidado de sus hijos, de 6 y 8 años, con las clases telemáticas que ofrece a sus alumnos de 1º y 2º de ESO del Instituto de Pastoriza, donde realiza una sustitución desde el principio del curso. Para el estudio de las oposiciones que prepara restan, a lo sumo, un par de horas aprovechables al final del día.

Cuando no está ayudando con la lectoescritura al hijo pequeño, está enseñando la tabla de multiplicar a la mayor, escaneando el libro de lectura que uno de sus alumnos se dejó olvidado en clase o corrigiendo, uno por uno, los ejercicios que les manda para ir adelantando temario. "Me pongo con el ordenador nada más dar el desayuno a los niños. Al final del día, son casi 12 horas trabajando", estima.

La oposición, mientras tanto, aguarda en el limbo desde hace un par de días, cuando la Xunta comunicaba que la celebración de los exámenes para optar a plazas de educación quedaba condicionada a que se levante o no el estado de alarma el próximo 11 de abril. "Intento estudiar en la medida de lo posible, pero con este suspense, la verdad es que se te quitan las ganas", asegura Nazareth Ruzo.

La incerteza con respecto a la fecha no es el único contratiempo. Los opositores coruñeses temen la competencia extra que generaría el hecho de aplazar la convocatoria en unas comunidades y no en otras, lo que podría llevar a estudiantes de otras latitudes a optar por presentarse aquí. "Si se mantiene en unas provincias y en otras no, vendrá mucha gente y la competencia será enorme. Hasta el día 11 no sabremos si tenemos que ponernos las pilas o dejarlo para el año que viene", añade. La coyuntura no tiene una solución fácil: de celebrarse en la fecha acordada previamente, el 20 de junio, se solaparía con la selectividad, lo que limitaría en gran medida el profesorado disponible para vigilancia y corrección. "Las Navidades son otra opción, pero los profesores tienen vacaciones y por la semana tampoco puedes hacerlas", señala.

Una inquietud que comparte otro de los concurrentes, Rubén Amado, que prepara las mismas oposiciones desde septiembre, una tarea que compaginó, hasta el pasado día 13 de marzo, con su trabajo como profesor de Lengua y Literatura en una academia. Un ERTE lo mandó a casa y allí espera, desde entonces, a que el futuro se dilucide. "Ser opositor es una carrera de resistencia. Al final, necesitas una meta, y no sabemos si la tendremos", apunta.

Hace suya la preocupación de su compañera por el mantenimiento desigual de la convocatoria en función de cada comunidad autónoma, disyuntiva para la que propone una solución conjunta a nivel nacional. "Normalmente ya se intenta hacer coincidir las fechas para evitar que esto ocurra, no sería lógico que se aplazasen en unos lugares y en otros no", añade. Sumado a la incógnita del aplazamiento, la fatiga y el desánimo comienzan a hacerse notar con la desaparición de la rutina de estudio y de las distracciones, lo que repercute además en la concentración con la que encara el estudio. "Antes estudiaba por la mañana, por la tarde trabajaba y luego descansaba. Ahora no te puedes distraer y solo piensas en un examen que no sabes si habrá, es una situación agotadora", revela.

Los olvidados

Siempre hay, sin embargo, quien cuenta con menos certezas. Es el caso de los estudiantes que preparan las oposiciones para Educación Social. "Somos los grandes olvidados", apunta una de las concurrentes, Mar Sarandeses. Su reclamo no es para menos. A día de hoy, todavía no han salido las listas de admitidos, no saben siquiera una fecha aproximada para su celebración ni, si de aplazarse la convocatoria, podrán presentarse el año que viene. "No sabemos si tendremos otra oportunidad o si volverán a salir. Las últimas oposiciones de nuestra rama salieron en 2007", explica.

Una conjunción de frustraciones que se suma al hecho de que puedan optar a la plaza no solo los titulados, como ella, en Educación Social, sino también aquellos que hayan cursado estudios en Pedagogía o Psicología. "Nuestra profesión no está reconocida como debería. Los educadores siguen acudiendo a sus puestos de trabajo como siempre. Damos un servicio imprescindible", apunta.