Ha tocado en festivales de jazz y blues de Galicia, Madrid, Getxo, Palma de Mallorca -premio a mejor solista- Holanda, Alemania y hasta el Congo y en formaciones como la Bob Sands Big Band, Patax, Miguel Lamas Quartet, Speak Low o Mama Boogie. Ha acompañado a artistas tan diversos como Bertín Osborne o Lin Cortés. En casa, es un imprescindible de catedrales como el Jazz Filloa -donde Juan Claudio Cifuentes Cifu alabó su talento- o el Garufa Club y ha subido al escenario con la Orquestra de Jazz de Galicia -acompañando a Josemi Carmona, Martirio o Pedro Guerra-, la Garufa Blue Devils Big Band, Los Hot Chocolates, Freedom. The very best of Aretha Franklin y, años antes, el primer Deluxe o Heredeiros da Crus. Pero en su casa no puede tocar. Ni ahora que las clases online son, como para muchos músicos, la única fuente de ingresos.

Las reiteradas quejas de un vecino, el único que le ha protestado en sus cinco años como inquilino en la misma vivienda, impiden teletrabajar a Pablo Añón. Los intentos de mediación han fracasado. La semana pasada, tras otra llamada, el Ayuntamiento puso la situación en manos del Círculo de Mediación de Galicia (Cimega), que colabora con los servicios municipales en los numerosos conflictos de convivencia que surgen durante el confinamiento. Pero el denunciante ha rechazado la oferta de buscar un acuerdo. Y el paso anterior fue un escrito en el que la Patrulla Verde de la Policía Local advertía al músico de que, si registraban una nueva protesta del vecino, tenían indicaciones de proceder a realizar una medición acústica. En caso de que superase el máximo de decibelios, probable dado el límite que fija la ordenanza municipal, podría suponerle una sanción económica, apunta.

"La música también es un trabajo. Yo nunca toco ni a primera hora de la mañana ni a última de la tarde, ni en horario de comida ni siesta. Y solo pedía acordar cuatro horas al día en las que poder trabajar, aunque tuviera que reorganizar los horarios con mis alumnos", explica Añón. "Había dejado de tocar tras las quejas, pero con el confinamiento tengo que dar las clases desde casa para cumplir con mi trabajo en la Escuela de Músicos", detalla. "Es curioso que ahora muchos artistas cuelgan actuaciones por internet desde sus casas, mucha gente toca o canta o pone música por las ventanas y los balcones, y hasta mis alumnos pueden tocar en casa, pero su profesor no", reflexiona Añón.

La negativa del denunciante a una mediación no le sorprende. Ante denuncias anteriores, Añón había dado su número de teléfono a los agentes municipales y les había propuesto que se lo ofreciesen al vecino para que pudiese avisarle de los horarios en que su actividad no le molestaría. Nunca lo utilizó. El músico recuerda, además, que la primera llamada de atención fueron unos insistentes golpes en la pared común cuando escuchaba un vinilo en su casa. "La siguiente vez, a los 10 minutos de empezar a tocar, me timbró y me ofreció bajar a la calle", cuenta.

El saxofonista estudia ahora la viabilidad de solicitar un certificado y justificar la necesidad de desplazarse a la escuela para impartir desde allí las clases online ante la imposibilidad de teletrabajar. Descartada la empatía universal, sugiere que las administraciones competentes analicen fórmulas que permitan mantener a todos la actividad laboral en sus hogares, como exige el Gobierno central.