Nací en el municipio de Chantada, en Lugo, donde viví hasta los siete años con mis abuelos maternos, María y Jesús, hasta que a los siete años mis padres me trajeron a vivir a esta ciudad, donde regentaban el bar Paraíso, situado en la Sagrada Familia y en el que trabajaron hasta su jubilación en los años setenta. Me enviaron a estudiar al colegio Atlas, ubicado en el mismo barrio y en el que estuve hasta los catorce años y donde tuve como compañeros de clase y de pandilla a Carlos, Antonio, Toti, Juan, Joaquín, Argimiro y Javi, con quienes pasé muy bien aquellos años, en los que lo más importante era jugar en la calle y en sus alrededores, en los que había muchos campos y ranchitos.

Nuestros juegos eran los que habían sido tradicionales durante décadas, como la bujaina, el che, las bolas o la pelota. Cuando el tiempo no nos permitía estar en la calle, nos dedicábamos a leer tebeos o libros de aventuras de Julio Verne y Emilio Salgari que también vivíamos cuando íbamos al cine los fines de semana y al salir tratábamos de representar con nuestros juegos lo que habíamos visto en las películas. Las salas a las que más íbamos eran las Finisterre, Doré, Gaiteira, España y Monelos.

Al barrio donde está ese último cine íbamos a la plaza del pescado para intentar coger los patacones que se caían entre las tablas de las tarimas y que las pescaderas no podían coger, lo que también hacíamos en el mercado de Santa Margarita. Con las monedas que conseguíamos nos íbamos a jugar al futbolín o a comprar chucherías o canicas de cristal y de barro. También juntábamos el dinero que habíamos reunido entre todos e íbamos a alquilar bicicletas en un local que había en la calle San Isidoro.

Otros lugares que frecuentábamos eran la zona de A Falperra y el monte de Zaragüeta, donde nos refrescábamos y bebíamos en el lavadero que había allí. Uno de nuestros entretenimientos era ir a la explanada de la Sagrada Familia a ver entrenar al equipo del Maravillas. Como desde niño me gustaron mucho los pájaros, me dediqué a capturar jilgueros para criarlos, afición que sigo practicando como miembro de la Federación de Canto y Silvestrismo, en la que participo en los campeonatos que se realizan por toda España cumpliendo todos los requisitos legales que se exigen para criar estos pájaros cantores. En mi juventud bajaba al centro con mi pandilla para recorrer bares como el Priorato y el que servía los tigres rabiosos, así como la sala de juegos Estrella Park y la Bolera Americana. También íbamos a tomar los calamares al Copacabana y al quiosco de la plaza de Ourense, así como a las discotecas Cassely, Rigbabá y Cinco Estrellas.

A los catorce años, como muchos de mis amigos, tuve que ponerme a trabajar para ayudar a mis padres y comencé haciéndolo con un amigo suyo que se dedicaba a comprar muebles usados y a venderlos luego por las ferias de los pueblos. También trabajé en esta misma actividad con la señora María, que estaba en la zona de la estación de San Cristóbal. Durante el tiempo que trabajé con ellos como repartidor y recadero aprendí mucho sobre este negocio, por lo que a los dieciocho años me decidí a instalarme por mi cuenta para vender y comprar muebles usados y colchones de lana. Recorría los pueblos con una furgoneta en cuya parte de arriba llevaba un gran altavoz para que la gente se enterase de mi llegada. Después de hacer la mili en Burgos abrí más locales de esta actividad y trabajé durante treinta y cinco años comprando y vendiendo en las ferias de Curtis, Santa Comba y Arzúa, aunque también iba a Madrid para vender muebles antiguos, ya que tenía muchos clientes que hicieron conocido a nivel nacional el nombre de Antigüedades Manolito. En la actualidad pasé el testigo de mi negocio a mis hijos, Brais Manuel, a quien ayudan su hermano Omar y su madre y mi mujer, Inés, natural de Chantada como yo.