"Un brazo de agua cruzó [las calles hoy Rúa Alta y Rúa Nova] alcanzando el Cantón Grande [desde la Ensenada del Orzán] dándose la mano los dos mares". A mediados del siglo XIX, en el texto Historia y Descripción de la ciudad de A Coruña, así recogía el historiador y político Enrique de Vedía y Goossens, lo acontecido en el año 1684 en uno de los lugares más emblemáticos de nuestra ciudad, con motivo de la simultaneidad de un fuerte temporal con la marea alta. Un lugar que en épocas más recientes ha sido inexcusable punto de encuentro y citas para diferentes generaciones de coruñeses.

El valor, tanto de uso como simbólico, del Cantón Grande es innegable. Por ello bienvenida sea la anunciada, a bombo y platillo, operación municipal de embellissement. Y más si se realiza con criterios arquitectónicos solventes, como así semeja. No cabe sino felicitar a los autores del proyecto, Calatayud y Vázquez Mosquera, así como a los ediles con responsabilidad en este campo.

Sin embargo, en nuestra ciudad existen determinaciones que se dilatan en el tiempo. Y este va realizando su labor, socavando lenta, pero inexorablemente, cualquier posición que contradiga o resulte incómoda para quienes deciden. Relegando decisiones que, aunque con poco lustre, afectan a los numerosos desafíos estructurales presentes en el territorio municipal, tanto funcionales como de imagen. Entre ellos, los cinco que trataremos seguidamente.

El primero, un plan integral de tráfico. Como consecuencia de la pandemia actual se ha puesto de manifiesto la imposibilidad de suprimir los vehículos particulares, al mismo tiempo que se ha hecho imprescindible conquistar la pacífica coexistencia de estos con el transporte público y el tránsito peatonal. Para recuperar el uso eficiente de la urbe se precisa una estrategia que, inevitablemente, descansa en tres medidas complementarias, fundamentales, pero no precisamente populares. Para empezar, la retirada de la franjas de aparcamiento de las rondas, avenidas y calles principales que enlazan los diferentes barrios de la ciudad. En un lenguaje técnico, las vías que los urbanistas denominan el sistema general viario urbano. Le sigue una reordenación de las líneas de autobuses, para lo que se deberían analizar los recorridos, valorar la dimensión óptima de los vehículos para cada línea, y evaluar las aproximadamente 500 paradas de autobús existentes en la actualidad. Estas, por cierto, fueron estudiadas por la alumna de la UDC Andrea Álvarez, hoy ya arquitecta, en su TFG leído en 2017. Y por último, la implementación de carriles para acoger a los Vehículos de Transporte Personal (VTP) como son los patinetes y bicicletas de todo tipo u otros que ni imaginamos y que la tecnología sin duda nos depara.

El segundo, la construcción de una estación intermodal en la estación ferroviaria de San Cristóbal. Una actuación que lleva aparejado el traslado de la estación de autobuses a la avenida de la Sardiñeira. Resulta llamativo -o quizás no- este traslado, que afecta a dos infraestructuras separadas una de otra por unos escasos 300 metros, y que, por el contrario, no se aborde la mejora de la actual conexión entre ambas, factible si se crea un corredor urbano que active la antigua plaza do Espiño y su entorno más próximo, el barrio de A Parromeira. Piensen que para ir andando desde una estación a la otra, se emplean seis minutos. Una distancia asumible. Recuerden, si no, el último viaje en avión que hayan realizado: el tiempo transcurrido en los recorridos por las salas de embarque del aeropuerto o entre la puerta de entrada y la de embarque, y comparen. Debe considerase además, el efecto ocasionado al desplazar la estación de autobuses, desde el plano bajo de la ciudad -se encuentra en el mismo nivel que la Plaza María Pita- a una cota más alta, en una nueva ubicación que dificulta la accesibilidad peatonal, sin una mejora clara de la movilidad rodada.

El tercero, la espinosa cuestión de la ampliación del Chuac en la zona de Eirís. Una cuestión ya abordada en el artículo Hospital, personas y ciudad, publicado en este medio, el 15 de febrero de este año, antes de que el coronavirus hubiese hecho acto de presencia. En el texto se sugería la inconveniencia de continuar ampliando el centro hospitalario en dicho lugar. Se insistía en la necesidad de descentralizar y diversificar. Se argumentaba el error de implantación de la infraestructura hospitalaria y de sus sucesivas ampliaciones. La suma de todas ellas ha creado un artefacto desproporcionado, sin espacio libre en su entorno más próximo, incapaz de incorporar la naturaleza siguiendo un diseño biofílico, que el coronavirus ha demostrado necesario y hasta imprescindible. Y, he aquí que nuestra administración autonómica continúa, obstinadamente, en sus trece. En días pasados la Xunta de Galicia anunciaba una inversión de trece millones de euros en el actual edificio, afirmando que esta sería la fase 0 del nuevo Plan director. Pero, a ustedes no les resulta sorprendente, que esa misma administración habilite el hospital de campaña para atender a los posibles enfermos del Covid-19, en el recinto ferial en la avenida de Alfonso Molina, y no en las proximidades del actual complejo hospitalario.

El cuarto, el destino de los muelles de Batería y Calvo Sotelo. La solución a este ámbito no pasa por ocurrentes usos como una terminal de autobuses, el introducir comercio (¿no hay suficientes locales cerrados?) o, como sugería un colega nuestro, "unas pocas viviendas". Se debe pensar la ciudad con una visión a largo plazo, sin renunciar por ello, a dar propuestas para lo inmediato. En román paladino: establecer una estrategia territorial y urbana que no dependa de los intereses particulares y los vaivenes electorales. En el artículo publicado en este mismo periódico el 2 de noviembre de 2019 Ciudad, puerto y universidad: una estrategia sostenible, sosteníamos la conveniencia de introducir usos universitarios en dicho enclave. Unos usos que se estimaban complementarios a los ya existentes: turísticos, congresuales, portuarios náuticos y pesqueros, industriales y residenciales, en la búsqueda de unas sinergias que revitalizaran el corazón de la ciudad, el ámbito de la Pescadería. Y en ello volvemos a insistir.

Y en quinto y último lugar, la generación de islas con usos especializados, como los polígonos residenciales de Matogrande u Os Rosales, el campus de Elviña-A Zapateira, el polígono Agrela-Bens, o el parque ofimático, finalmente reconvertido en barrio residencial. Unas actuaciones que reproducen la vieja mecánica funcionalista del siglo XX y que el mestizaje de usos ha demostrado obsoletas. Un sinsentido que muestra la falta de perspectiva al abordar ciertas operaciones urbanas. No parece razonable, ni apropiado, descartar las posibilidades que posee la fábrica de armas, un terreno de aproximadamente 23 hectáreas. Con igual obstinación que en el caso de la residencia sanitaria, sigue su curso el destinar parte de dicho recinto al campus TIC. Una acción loable en cuanto modelo de colaboración empresa-universidad, pero muy criticable en cuanto a su emplazamiento, considerando la situación inacabada de los campus existentes, e incluso las alternativas que ofrece el puerto, tal y como se ha señalado en el mencionado artículo del 2 de noviembre de 2019. Y al mismo tiempo que se persevera en los planes anteriores al confinamiento, el Ministerio de Universidades, la Xunta e incluso la propia Universidad parecen confluir en la incorporación, en mayor o menor grado, de la metodología blended learning o semipresencial en todas las áreas de conocimiento. Estas circunstancias, sumadas a la importante inversión necesaria para resolver la accesibilidad a este recinto, aconsejan una reconsideración de la decisión tomada. No creen que sería conveniente, ya que nos hemos visto obligados a parar tantas cosas, tantos proyectos, levantar la vista y darse un tiempo para cavilar y coger perspectiva. No parece que la ciudad necesite más islas, ni más inversiones inconclusas.

"Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie", escribió Giuseppe Tomasi di Lampedusa en su única novela El Gatopardo. Los cinco temas arriba enunciados continúan su acostumbrada dinámica en la nueva normalidad. Las formas de actuar siguen a ser las mismas, propiciar ciertos cambios para que todo siga igual. La actual coyuntura no permite acometer los problemas estructurales. Quizás hayamos sido unos idealistas al imaginar una ciudad más habitable, y la mudanza se haga de rogar. Todo parece indicar que el coronavirus fue un mal sueño. Y en este despertar, solo recordamos el malvado personaje de Uderzo y Goscinny, Coronavirus, acompañado de su fiel Bacillus en el cómic Astérix en Italia. Esperaremos al otoño, que ya queda menos.