Nací y me crié en la calle Orillamar junto con mi familia, formada por mis padres, Carlos y Elena, y mis hermanos Manolo, Loli y Pili. Mi padre trabajó en la descarga de barcos pesqueros y mercantes, sobre todo de plátanos de Canarias que traían mensualmente los buques Romeo y Escolano, además de materiales de construcción que llegaban en el Sac Barcelona y Sac Tarragona, además de en los barcos cementeros Rezola.

Mi madre tenía una tienda de ropa en la calle Juan Castro Mosquera y también vendía por las ferias, aunque más tarde también se dedicó a la venta de muebles usados. Con el paso de los años mis padres compraron una barraca de tiro con escopetas de balines y recorrieron todas las fiestas que se hacían en la comarca hasta que la dejaron en unos festejos de Os Mallos cuando aquella zona estaba aún sin urbanizar. Luego mi madre se dedicó a la compraventa de artículos de segunda mano hasta que enfermó cuando yo tenía dieciocho años, momento en el que la relevé y me inicié en ese mundo, en el que ya llevo cincuenta años.

Mis primeros amigos fueron todos de mi barrio, como los hermanos Piño, Parrita y Segade, además de Isabel, Conchi y Pili, con quienes jugué en los alrededores de mi calle, que eran todo campos y terrenos de cultivo con pocas casas, por lo que teníamos espacio de sobra y una total tranquilidad para jugar, aunque también nos íbamos a cazar con tirachinas pájaros y ranas que después nos comíamos.

Mi primer colegio fue el del profesor Remigio en la calle Cardenal Cisneros, en el que todos los días al entrar teníamos que dedicarnos a matar ratones por la gran cantidad de ellos que había y que al parecer se debía a los muchos sacos de leche en polvo que se almacenaban allí para dárnosla a los niños por la mañana como desayuno, aunque nosotros lo pasábamos fenomenal intentando atrapar a los ratones.

Dos años después pasé al colegio Sagrada Familia y posteriormente me enviaron al Curros Enríquez, ya que allí estaba de profesora mi tía América, quien me tenía vigilado en los estudios. Terminé el bachillerato en el instituto Masculino, aunque ya durante las vacaciones empecé a ganarme la vida ayudando a mi madre en las ferias o trabajando en los jardines de Méndez Núñez vendiendo los billetes para subir en los caballitos de pedales para los niños que había allí. Mi primer trabajo en una empresa fue en la notaría Alba Puente como chico de los recados y al enfermar mi madre ya me encargué del negocio de la compraventa que ella regentaba.

En mi juventud aprovechaba todo el tiempo que podía para estar con mis amigos cuando el trabajo de mis padres me lo permitía, ya que los días más importantes para ellos eran los festivos y los que había ferias. Solíamos ir a los cines España, Finisterre, Rex y Hércules, y en ese último cogíamos las entradas más baratas, las de general y gallinero, en las que había muchas pulgas, aunque allí podíamos montar follones si la película se desenfocaba o se iba la corriente e incluso se podía fumar, ya que el acomodador no subía a no ser que hubiera mucho jaleo.

Cuando bajábamos a la calle Real y los Cantones, paseábamos de arriba a abajo gastando las suelas de los zapatos para ver a las chavalas, que hacían lo mismo, e íbamos a la cafetería Compostela. También hacíamos excursiones, como en la que nos fuimos andando hasta Teixeiro y encontramos una vieja mina en la que había un bidón lleno de restos de cobre, que cargamos en las mochilas y luego vendimos en una chatarrería de la ciudad, donde nos pagaron dos mil pesetas por ellos, lo que nos hizo felices a toda la pandilla.

En verano nuestra playa favorita era la de O Portiño, ya que allí solíamos coger pulpos, nécoras y hasta algunos percebes. En esos años empecé a practicar la pesca submarina sin más equipo que una camiseta de lana para evitar el frío, ya que un traje de goma era todo un lujo.

Luego estuve en la Peña Berciana de Chave, de la Sagrada Familia, de la que fui presidente, en la peña Abelleira de mus y en el Camping Caravaning Club, del que soy el presidente en la actualidad.

Testimonio recogido por Luis Longueira