Nací en la calle San Isidoro, donde me crié con mis padres, Óscar y Josefina, mi gemelo Óscar y mi otro hermano, Luis, hoy conocido como Sito. Mi padre fue mecánico tornero y también trabajó en mercantes y petroleros, mientras que mi madre fue costurera, además de ama de casa.

Mi primer colegio fue El Palacete, situado en la parte alta de Santa Margarita, donde estuve hasta los diez años, edad a la que mis padres me cambiaron al colegio Cid, ubicado frente al paseo de los Puentes cuando aquella zona eran todo campos y tierras de cultivo. Un año más tarde entré en el instituto Masculino, donde hice el Bachillerato, tras lo que entré en la Escuela de Náutica, aunque no puede terminar esos estudios porque tuve que hacer la mili en la Marina en Ferrol y luego no tuve tiempo para seguir estudiando.

Empecé a trabajar repartiendo cartas de los bancos durante un año, también trabajé unos meses en la fábrica de Aluminio de Galicia, fui aprendiz de camarero trabajé en varios restaurantes hasta que mi amigo Javier Piñeiro me ofreció trabajar de chófer en Obras Públicas, donde estuve cuatro años. En esa época me casé y tuve tres hijos. Posteriormente entré en Zara y terminé mi vida laboral en Leyma, donde fui oficial maquinista de envasado de briks durante veinte años.

Mis amigos de la infancia fueron Gelín, Caramés, Suso, César, Pablo, Nano, Mari, Rosi, Raquel y Cris, con quienes jugaba en la calle, los campos de los alrededores, la zona del molino en el monte de Santa Margarita, A Gramela y en los portales de nuestras casas cuando llovía. Entre nuestras diversiones estaba la de cazar gorriones, ranas y lagartos con cualquier artefacto casero.

En verano íbamos a la playa de San Amaro, que era nuestra preferida, unas veces con la familia y otras, a partir de los doce años, con la pandilla. Lo hacíamos andando porque no teníamos un duro y en ocasiones enganchados a un camión. Los festivos que nos daban la paga íbamos a los cines de barrio, como el Finisterre, España, Doré y Hércules, en los que lo pasábamos fenomenal viendo las películas de romanos, vaqueros y piratas.

Cuando fuimos quinceañeros empezamos a acudir a las salas de baile de la ciudad y las afueras, además de a las mejores discotecas, como Cassely, Lord Byron, Cinco Estrellas y Gran Casino. En esa última se ligaba mucho y el jueves era el día en el que iban las chicas que trabajaban internas en casas de la ciudad, muchas de ellas procedentes de aldeas y que trataban de conseguir un novio coruñés.

Antes de ir a ese local, que estaba junto al mercado de San Agustín, hacíamos el clásico recorrido por los Cantones, la calle Real y las calles de los vinos, en las que frecuentábamos locales como el Siete Puertas, Otero, Victoria, La Bombilla, Pacovi y el de las viudas. A veces también hacíamos la ruta de la Ciudad Vieja, donde parábamos en el Tumbadiós, El Mezcladito y La Cerilla, donde siempre nos encontrábamos con otras pandillas y pagábamos todo a escote. Pasábamos unos buenos ratos contándonos las historias que nos habían sucedido desde la última vez que nos habíamos visto y cuando nos reuníamos un buen número de amigos nunca teníamos prisa por marchar. En la actualidad sigo reuniéndome con viejos y nuevos amigos para recordar aquellos tiempos, que para casi todos nosotros fueron los mejores.

Testimonio recogido por Luis Longueira