Niños solos jugando con un tablero dibujado en el suelo. Distraer a la chiquillada de cuanto viven solos. Sí, son "menores no acompañados". NIÑOS solos. Trasiego sin parar entre las tiendas. Ruido, sonido ininteligible, no hay descanso. Deambular de personas vueltas del revés, en identidades prestadas, caminan grises por un espacio acotado, con la inercia del seguir en medio de la nada. Vivir de la maldita-bendita caridad, de la asimetría: otros abren el armario de su conciencia y enviarán contenedores con disfraces de hadas, al lugar donde claudican los sueños. Estamos en Moria, campamento de concentración de personas en pleno 2020, isla de Lesbos, Grecia.

Todo en el campo está marcado, como intentando poner nombres a las cosas: flechas en árboles sin ramas (se convirtieron en leña), apuntan WC hacia unos pocos cubículos prefabricados para las más de veinte mil personas. Otras califican como FOOD la masa de pasta o arroz a la ración servida por el ejército. Tras la espera, en filas de horas, los días tornan en semanas, meses y años. Nadie tiene fuerzas ni para alimentarse. El dispensario médico-tienda de campaña- hospital, en plena pandemia, es un polvorín dentro del campo.

La balanza de la justicia acusa el peso mortal de tantas incógnitas. Relees el papel que te entregaron militares al llegar a la ratonera: "Está en Lesbos, Grecia. Queda legalmente detenido". Apretar los ojos sin lágrimas, Intentar olvidar el adiós, como hijo pródigo, tierra añorada, jurar en senderos bañados de dolor que regresarías, inshalah, algún día. "Yo era el director médico del hospital de Bagdad, y ahora míreme, no soy nada. Yo, portero de la selección de Afganistán, sí, como Casillas, mire esta foto. Yo era agricultor en una plantación en Mozambique, la sequía la arrasó. Era feliz en mi aldea en Sudán, pero me raptaron, fui esclavo en Gambia".

Las tiendas de lona escuchan miles de relatos que comienzan con "yo era". Zapatos agotados, miradas minadas, cicatrices en el alma. Otras tantas historias, por miles, en los botes motores que acaban escupiendo su último aliento y zozobraron su carga.

En despachos, estafadores de sueños, con su traje y corbata, sordos y ciegos, cierran fronteras y pactos de papeles mojados. Europa, artrítica institución, cede a chantajes, paga a quienes certifican silencio. Su Comisión Europea convierte sangre en tinta de estadísticas: anota CONFIDENCIAL -por vergonzante- en el Dossier de la Zona Cero zona cero de la tragedia. En tanto, se fusionan bancos, el fútbol comienza, la gente olvida. ¿OLVIDAMOS? Nada humano nos puede ser ajeno. NADA. Acabamos de sufrir un encierro en nuestra propia vida; con alimentos, familia, seguridad, atención sanitaria, escuelas virtuales, información. En Moria llevan 5 años abandonados a la PANDEMIA de la ceguera ajena, al virus más mortal, el de la aporofobia xenófoba.

Las inexistentes soluciones de raíz al pésimamente denominado "problema de los refugiados", prende en la exhausta población griega .Y en cada rincón de la Europa más ignorante, la del esto no va conmigo. El buenismo de marketing tampoco salvó del ahogamiento por estrangulación a Moria. Ni Angelina Jolie por Unicef, ni el llanto conmovido del Papa sintieron la temperatura mortal de Lesbos: la amnesia que mata.

El problema a miles de kilómetros, en, por caso, Mosul: gasoductos como venas de la tierra, yacimientos custodiados por emplazamientos militares. Ratificas in situ por qué juegan al Monopoly los poderosos con su gente. Hambruna, cambio climático, un mismo camino contaminado, tal grito del Guernica. Humanos atrapados en alcantarillas de acuerdos estratégicos: hemos perdido el turno y el dado.

Moria, crónica de una muerte anunciada. No se han quedado sin hogar, no lo tenían: el fuego arrasó terreno ya quemado.

Ignorancia, xenofobia, pandemia: cóctel venenoso, mortal para todos. España manifestó abiertamente que evitará sumarse a los países que recibirán sus refugiados. De nuevo, un reto. La humanidad, única respuesta.

Fundadora de Families4Peace, ONG nacida en 2015 en Lesbos y ahora activa en nueve países