Desde el Monte de San Pedro contemplamos la ensenada Riazor-Orzán en toda su magnitud. Un frente de construcciones irregulares se abre al mar. Y entre la línea edificada y el agua se extiende un plano quebrado que arranca de la acera al pie de la edificación, se transforma en calzada para el tránsito de coches, y nuevamente en acera, limitada a veces por una barandilla, con una dimensión variable. El desnivel entre esta y el agua se salva con un muro cuando el borde se formaliza con una playa, o con un pequeño acantilado cuando son las rocas las que se enfrentan al agua. Mientras, en la bahía interior, la fachada portuaria se observa en su plenitud al cruzar la ría. Lo que percibimos es un fondo urbano con edificaciones en su frente y una nítida línea que define el podio sobre el que se asienta la ciudad.

Dos visiones claramente diferentes de una misma entidad, que sin embargo no eran tan distintas a principios del siglo XIX, e incluso del siglo XX, antes de los sucesivos rellenos, de las ampliaciones de los muelles, y del traslado de la dársena pesquera. Como ya hemos comentado en anteriores artículos, el traslado del puerto urbano a Punta Langosteira es una oportunidad para la ciudad actual y la futura. La ocasión de recuperar la relación con el mar en la parte protegida de los vientos y los temporales, y con el borde litoral del que formamos parte. De reconquistar el vacío que la ciudad necesita como 'artefacto urbano y ciudadano' - urbs y civitas-. De dejar que nuestras hijas e hijos dispongan de él como mejor crean, y darles la oportunidad de respetar la que entonces será una ciudad tradicional, y que en este momento no sabemos muy bien qué es. Porque como muy bien decía Camilo Sitte en la Construcción de las Ciudades según Principios Artísticos de 1889, "el urbanizador de ahora tiene que ejercitarse en la noble virtud de la modestia, y lo que es más raro, no tanto por falta de dinero como por causas puramente técnicas".

Una reflexión que surge tras leer las 'posibilistas' noticias sobre el informe del comité creado para aportar, una vez más, una propuesta para los muelles de Calvo Sotelo y Batería. Olvidemos el horror vacui. Quizás la virtud esté no en pensar qué hacer, sino en decidir lo que no hay qué hacer. El tiempo construye. Démosle tiempo.