Regatonas, taberneras, operarias en fábricas de mantelería, sirvientas en casas regias, y, más tarde, empleadas de las tabacaleras. Las mujeres coruñesas salieron de sus casas para trabajar mucho antes de lo que se cree popularmente. No todo empezó con las cigarreras, gremio que popularizó el trabajo femenino y sus luchas en la ciudad hasta nuestro días; sino que, muchos años antes, las mujeres coruñesas ya se las ingeniaban para llevar el pan a sus mesas. De entre todas, destaca una ocupación singular, que se ha perdido o ha evolucionado: la figura de la regatona, mujeres cuya misión era la de revender en el mercado productos básicos que iban adquiriendo por los caminos, cuyo precio tenían la costumbre de “regatear”.

Una realidad desapercibida con el paso de las décadas, que la historiadora María de la O Suárez, directora del Archivo Municipal, pone de manifiesto en un artículo que publica la revista Nalgures, perteneciente a la Asociación de Estudios Históricos de Galicia, que acredita, documentación en mano, los muchos sectores en los que las mujeres irrumpieron antes o después a raíz de la transformación que experimentó la ciudad a partir de la creación de los Correos Marítimos, en torno a la década de los 60 del siglo XVIII. “Aparecen un montón de actividades, como pueden ser las nuevas construcciones de casas y caminos, la pavimentación y demás. Es algo que atrae a una gran cantidad de población, con lo que también se permite, de algún modo, la aparición de más trabajos para mujeres”, relata la autora del artículo.

En su trabajo, Suárez elabora una retrospectiva de esas profesiones que contaron con mujeres entre sus filas. Están las fondas y los figones cuya propiedad muchas veces ostentaban; o la gran cantidad de tabernas que dirigían debido a la enorme demanda de este servicio que había en una ciudad caracterizada por un crecimiento poblacional imparable. “Muchas trabajaban en el sector de la mantelería, en los telares, otras tejían en sus casas, también para la mantelería. Luego surgen las botoneras, estos trabajos empiezan a diversificarse. Muchas mujeres están al frente de sus casas, son viudas o sus maridos están en el mar o en el ejercido”, recoge la historiadora.

En el caso de las regatonas, el gremio se circunscribe a los sectores económicos más bajos. “Lo que hacían era revender productos del campo, como frutas, verduras, huevos o pollos. Iban por los caminos, y los campesinos, para no perder el tiempo del trabajo en llevarlos a los mercados, se los vendían a las regatonas”, comenta Suárez. Eran, de este modo, una suerte de intermediarias, que inventaron el arte de regatear las cuantías de los productos y que suponían, en muchas ocasiones, el sostén de sus familias, no sin cierto peligro o controversia.

“El ayuntamiento intenta controlarlas muchas veces, porque suponen una competencia para los comerciantes de las tiendas”, revela. Tampoco estaban exentas de la desconfianza que podía generar, en el siglo XVIII, una mujer recorriendo los caminos en solitario. “Se les prohíbe a las solteras ejercer, porque podían “despistarse”, y para evitar males mayores como la prostitución o los hijos ilegítimos. Solo dejaban ejercer a casadas y viudas, aunque estas últimas, también muy vigiladas”. Se las podía ver los sábados en la antigua plaza de la Harina, en la Ciudad Vieja, o por la semana apostadas en el atrio de la antigua iglesia de San Jorge, junto a la fuente de la Fama.

El oficio se extendió hasta el siglo XIX, en el que se las denominaba revendedoras, hasta llegar al siglo XX, cuando se transformaron en mandaderas. Mujeres trabajadoras con oficios singulares que han ido cayendo en el olvido, y cuya historia y legado María de la O Suárez anima a recuperar, con los documentos y la historiografía oculta en los archivos como mejor herramienta. “Me gustaría que la gente investigase. Hay muchos sectores que están por estudiar en esta ciudad”, asegura.