Ni la pandemia ni la edad han podido, de momento, con ese pulso con el paso del tiempo que mantiene Dagoberto Moll, uruguayo de nacimiento, coruñés de adopción e histórico del Deportivo. A sus 93 años y si las restricciones sanitarias se lo permiten, se echa la mochila al hombro casi cada mañana y recorre los metros que separan su domicilio de la Solana, donde es uno de los clásicos desde hace décadas. A finales de febrero pudo recobrar esta dulce rutina. Regresó a su cita con el ejercicio diario, una fuente de vida para él y un ejemplo de envejecimiento activo para el resto.

“Hay que darle marcha al cuerpo”, reconoce Moll en tono jocoso. “Tampoco es que me mate mucho, pero hago mi rutina pequeña que me preparo yo mismo. Voy todos los días de la semana, menos el jueves y el domingo que descanso. Me da la vida. Si no lo hago es como si estuviese atado. Soy muy constante. Hay que tener voluntad y tiempo”, cuenta el ex también del Barcelona e histórico integrante de la Orquesta Canaro, una delantera del Deportivo que deslumbró al fútbol español a finales de los años 40 y principios de los 50.

El ya coruñés llegó a la ciudad en 1949 para iniciar su aventura en el fútbol europeo. Ahora la urbe es una cotidianidad asumida para él, pero entonces suponía marchar hacia lo desconocido. De hecho, lo primero que hizo tras firmar por el equipo blanquiazul en Montevideo fue situar A Coruña en el mapa. No sabía ni dónde estaba.

Se prepara su propia rutina, una inquietud que le viene de su etapa de entrenador

El charrúa, setenta años después, centra sus esfuerzos en cuidarse y, sobre todo, en los estiramientos. Dedica minutos de ejercicio a la elíptica, a la cinta y a diversas máquinas de las instalaciones de O Parrote, pero incide sobre todo en la flexibilidad, que es lo que más le preocupa. “Conozco mi cuerpo, mis debilidades. Estiro mucho, no quiero parecer un Frankenstein”, admite con sorna. La intención de cuidarse y la sapiencia para prepararse sus ejercicios vienen de su época de técnico en Dépor, Albacete, Levante, Tenerife y Compostela, entre otros. Entonces leyó “libros” de la materia, se formó y con el paso de los años la profesión quedó a un lado, no esa inquietud que ha trasladado a su vida diaria.

Dagoberto Moll es uno de los mayores de 80 años a los que las autoridades ya han suministrado la primera dosis de la vacuna del COVID. Un pinchazo, recibido el pasado miércoles en el centro de salud de San José, que para él y para muchos coruñeses o residentes en la ciudad se convierte en el primer paso para recuperar una libertad perdida en el último año, que Moll, en cambio, dice haber conservado. “Yo siempre la he tenido”, tercia. “Me he cuidado, he seguido las recomendaciones que han dado durante todo este tiempo, pero sin dejar de vivir. Y, a la vista está, que he cumplido, porque por suerte no he tenido ningún susto ni ningún contagio”, relata quien ha intentado cambiar su día a día lo justo y necesario, siempre que la pandemia se lo permitiese. Aun así, tampoco pudo escapar de las épocas de confinamiento domiciliario y de la reducción de contactos con la familia más cercana. “Cuando no podíamos salir o cuando los centros deportivos han estado cerrados, yo seguía haciendo ejercicio en casa, nunca lo dejé. Le dedicaba todos los días 45 minutos”, cuenta constante, mientras reconoce que “en estos tiempos” ha visto “poco” a sus nietos, “más” a sus hijos.

“No recuerdo casos de longevidad en mi familia. Mi naturaleza es así, está claro que tengo esa virtud, pero yo también aprovecho para potenciarla”. Dagoberto Moll no niega sus esfuerzos para mantenerse activo, a pesar de que en unos meses cumplirá los 94 años. Sabe que parte del éxito está en una genética, de momento, no revelada en sus antecesores o coetáneos. A día de hoy es el ex jugador del Deportivo de mayor edad y trabaja cada día para ampliar la cifra.