Las vidas de Iago Cagiao y Belén Borrero no están unidas solo porque son madre e hijo. Detrás de su historia hay mucho más. Se iniciaron en el mundo de la hostelería a la vez. Compartieron cocina y también emprendieron caminos diferentes. Mientras Cagiao trabajaba para conocidos restaurantes de la ciudad, Borrero hacía bocadillos de calamares en el Copacabana. El hijo creó El rincón de Alba, en el centro de la ciudad, y la madre se despidió de su casa de Méndez Núñez tras 15 años en los fogones. Ahora el Copacabana vuelve a ser la meta, el eje, ese hilo que los une y que les llena sus cabezas de cientos de planes. “Allí comí muchos bocadillos. También llevé a mi hija. Quiero que sea un local familiar porque el Copacabana es el corazón de A Coruña”, se sincera el hostelero, uno de los cinco candidatos a hacerse con la concesión del conocido establecimiento.

Esa pasión por la hostelería no viene de familia. A Iago Cagiao todavía se le ponen los pelos de punta cuando recuerda sus primeros pasos en este mundo. “Fui un estudiante terrible. No encontraba mi sitio. Cuando tenía 18 años, le dije a mi madre que me apuntase a cocina. Y eso que yo no sabía hacer un huevo frito. Pero me encantó. Encontré mi sitio en la vida”, recuerda, todavía emocionado aunque hayan pasado ya 19 años.

A su madre también le llamaba ese oficio de platos y elaboraciones. Después de desempeñar trabajos de administración y estudiar anatomía patológica, Belén Borrero siguió los pasos de su hijo, por extraño que parezca. Iago fue su primer jefe en el restaurante Maxi. Ambos lo recuerdan con cariño. Después, cada uno tomó su camino, pero siempre con la hostelería como motor. Tras unos meses en Casa Rita, empezó su aventura en el Copacabana. “Siempre había gente. En cuanto llegaba, hacía la tortilla y ya no paraba. Sí que es cierto que cuando hacía mal tiempo, se notaba”, indica.

Mientras, su hijo seguía ganando experiencia. Hasta que un día un nuevo objetivo se cruzó en su camino. “Jamás hablé de montar un local propio, pero algo me hizo clic y pensé que era el momento”, resume. El rincón de Alba, en homenaje a su hija, se convirtió en su “salvavidas”, como él mismo confiesa. “Venía de un muy mal momento y fue una reconstrucción personal total”, añade.

Y de nuevo, en la historia, reaparece ese hilo conductor. El mismo día que Iago Cagiao gana el premio Picadillo Ciudad de A Coruña, la plantilla del Copacabana se va a la calle. En octubre de 2019, el local dice adiós a 48 años de historia a la espera del concurso de su concesión, que está a punto de resolverse. “Fue un palo. Lo pasamos muy mal. Además, yo tengo 61 años. ¿Quién me coge? Aun así, me encuentro perfectamente capacitada para llevar una cocina”, sentencia.

Su futuro todavía podría estar ligado al del Copacabana. Ver la entrada, con la verja cerrada, cristales rotos y el interior lleno de hojas secas le entristece, pero se ilusiona con la nueva vida que va a cobrar este local. “Creo que desde que cerró no había vuelto por aquí”, dice, mientras pasea por Méndez Núñez. Fantasea con su hijo y ve el Copacabana como “un lugar familiar, para todos, lleno de vida”. “Quiero que sea un espacio sociocultural, además de gastronómico, con conciertos, exposiciones y talleres. Mantener la esencia, lo que hubo siempre, pero adaptado a la actualidad”, cuenta Cagiao, que descarta que “sea un sitio de reenganche”.