Podría decirse que algunos de ellos pusieron la primera piedra de ese centro que se erigió, hace 25 años, donde un día se asentaron los depósitos de Campsa que los vecinos del barrio lucharon por eliminar. Otros llegaron más tarde y lo hicieron para quedarse; los más, dieron para el centro lo mejor de si mismos para estar a la altura de los ciudadanos. La historia del Fórum Metropolitano, proyectado y levantado con Francisco Vázquez en la Alcaldía, la escribieron sus trabajadores, para quienes el edificio del Río Monelos es mucho más que un centro en el que se realizan trámites administrativos, actividades de ocio y cursos formativos. Los propios empleados condujeron y guionizaron una gala que, bajo el epígrafe Somos Fórum, celebraba los 25 años de la estructura que cambió las normas y se convirtió en el corazón del barrio. Si algo quedó claro es que el Fórum son y fueron ellos.

La mayoría subió al estrado en parejas: su primer animador sociocultural y el actual, su primera directora de la biblioteca y la actual, y, así, una sucesión de duplas que delataron el paso del tiempo y los cambios acaecidos en un centro en el que el objetivo de servir al ciudadano, en cambio, se mantuvo imperturbable a lo largo de los años.

Allí estaba su primer director, Agustín Lorenzo, que recuerda con claridad meridiana el día en el que el centro abrió sus puertas al barrio por primera vez. “El día que abrimos fue una locura. Se tuvo que montar todo de un día para otro, anduvimos a la carrera”, recuerda. Lorenzo estuvo seis años al frente del centro, y ahora es uno de sus fieles usuarios. “De la ebullición inicial se ha asentado, el ritmo de trabajo es constante y permanente. Las características las marcan los usuarios”, explica Agustín.

Tampoco faltó la que fue su directora más longeva, Begoña Llamosas, que capitaneó la instalación durante 17 años y para la que sus excompañeros tuvieron grandes muestras de cariño y reconocimiento a lo largo de la gala. Recuerda la ilusión y el caos de los comienzos. “La biblioteca abrió sin ningún tipo de catálogo, había como 10.000 cosas colocadas sin catálogo. Empezamos a prestar servicios intentando que los usuarios no se diesen cuenta. Salimos del paso”, asegura. Destaca la implicación del personal del centro desde el principio y la transversalidad de las tareas: si uno precisaba ayuda en biblioteca, alguien de administración podía prestarla. En muchas ocasiones, los miembros del personal eran, también, alumnos en los talleres de sus compañeros. “Esto es una familia, porque al final puedes contar siempre con alguien. Aquí la gente se siente en casa”, asegura.

De ello puede dar testimonio Samuel Sánchez, que fue adaptando su actividad conforme el centro iba cambiando sus objetivos. Entró en plantilla como profesor en el programa de ocio, y, 17 años después, lo coordina. Las ganas y la ilusión de entonces se mantienen intactas. “Potenciamos mucho las actividades relacionadas con el cine, la literatura, la escritura, el teatro o las manualidades”, comenta. No puede negar que le encanta su trabajo. “Desde que entras, te hacen sentir parte de una familia”, asegura.

El proyecto se fue adaptando con los años: los servicios sociales cambiaron su ubicación, la biblioteca se amplió y la propia morfología del edificio se transformó. Lo puede acreditar Suky Naveira, responsable, durante los primeros 12 años de vida del Fórum, de Información y Registro. Un servicio administrativo que supuso para el ciudadano un poco más de cercanía a la hora de hacer trámites y enfrentarse a una burocracia que no suele ser sencilla. “Llegamos sin saber muy bien qué hacer, día a día fuimos viendo qué trámites podíamos hacer y cuáles no. Fue muy ilusionante, la gente del barrio nos fue conociendo cada vez más y venían aquí directamente”, relata.

El Fórum se fue transformando, desde su nacimiento, en una administración de confianza. “Fue una revolución. Aproximó la administración y sus temas áridos a la gente. Eso fue lo que consiguieron estas mujeres”, añade Agustín Lorenzo. A este respecto, rompen una lanza en favor de la importancia de la atención al ciudadano y reclaman un cuidado institucional a quienes la ofrecen. “Tiene que dejar de haber tanta rotación de gente, que esté una persona tres meses en un sitio y luego otros cuatro en otro”, demanda. Suky Naveira fue trabajadora y, al mismo tiempo, alumna en los talleres de tapiz impartidos por Fina Sedes, tan longevos como el propio centro. “Le presenté el proyecto a Agustín y le gustó. Desde entonces, aquí estamos”, resume. Sus talleres de artesanía textil no dejaron de suscitar interés en cinco lustros. Sus clases, desde el inicio, siempre llenas. “Casi todas mujeres, desde chicas jóvenes hasta señoras mayores. Es una actividad muy amplia, hay señoras que vienen casi desde el primer día. Hemos envejecido juntas”, concluye.

Igual de fieles son los alumnos de Beatriz Álvarez en los 13 años que lleva impartiendo talleres de arte, historia y, más recientemente, historia de Galicia. Al principio eran 20 alumnos, ahora son el triple. Algunos engrosan el listado de sus clases desde el principio. “La gente repite. Siempre tiene demanda, siempre queda gente fuera”, asegura.