El escritor José Ignacio Carnero presenta hoy, a las 20.00 horas en la sede de la Fundación Luis Seoane, su obra Hombres que caminan solos, un libro que mezcla experiencias biográficas con ficción en el que explora ámbitos como la depresión, el duelo, la fragilidad de la masculinidad o la relación paterno filial.

Hombres que caminan solos aporta continuidad a Ama, su primera novela. ¿Es una continuación, o un cierre de ciclo?

Digamos que es una continuación de la voz del narrador de Ama. Ambas novelas puedes identificarlas porque quien cuenta, quien narra, es la misma persona, pero hasta ahí, con alguna más, las coincidencias. En Ama, el material del que yo me servía era de las memorias y de mi vida con mi madre, era una novela puramente biográfica en la que contaba la vida de mi madre, absolutamente de no ficción. Esta tiene una parte autobiográfica pero tiene partes de ficción. En Ama me apego a la realidad completamente, y en esta me despego de ella.

En Ama contaba la vida con su madre, y ahora, en Hombres que caminan solos, la vida sin su madre.

Sí, claro, puede ser interpretado así. En Ama, quien tenía que contar la historia era yo porque era su hijo. A partir de ahí, no sabía qué más escribir, y me di cuenta de que la voz del hijo la podía utilizar no solo para contar mis experiencias, sino para contar cualquier cosa. En este caso, cuento una parte autobiográfica y otra de ficción.

En la nueva obra explora la depresión, un tema del que, describe, “se habla en voz baja”. ¿Qué le lleva a ello?

El que escribe trata de explorar vacíos y zonas oscuras, así que supongo que esa fue la intuición que me llevó a tratar ese tema. Cuando escribo no persigo un tema, lo hago de forma muy visceral, muy instintiva, los temas van surgiendo porque no queda más remedio. La depresión es una zona oscura y la literatura camina hacia esas zonas oscuras para tratar de iluminarlas con las palabras, va hacia ese lugar.

¿Por qué cree que la depresión sigue siendo una de esas zonas oscuras?

Creo que tiene que ver con quienes somos, es una enfermedad que nos enfrenta de forma radical al espejo. Eso no ocurre con otras enfermedades de forma tan radical. Somos animales sociales, nos relacionamos con los demás, y eso tiene que ver con quienes somos, y la depresión nos enfrenta con quienes somos. La lucha con los demás se puede aguantar, la lucha con uno mismo es más dura.

La depresión, en este caso, la sufre un protagonista masculino. ¿Es más complicado hablar de ello cuando quien la sufre es un hombre?

Creo que hay un plus de dificultad para que el hombre lo comunique, porque el hombre tiene privilegios, pero tiene también una mochila de roles tradicionales en los que ha sido educado, que arrastra. Uno de ellos es la invulnerabilidad que debe mostrar. Eso supone una barrera más de cara a comunicarse y romper el tabú que la enfermedad supone.

¿Cuánto hay de huella de roles de género machistas en la masculinidad frágil? ¿Están las mujeres más respaldadas para hablar de ello?

Creo que, dentro de la enorme cantidad de dificultades que tiene la mujer con respecto al hombre, en relación a esta pequeña cuestión, quizás. La mujer, que ha tenido históricamente encomendada la vida privada, gestiona mejor las emociones que el hombre, que ha tenido encomendada la vida pública. Esa es una educación machista de la que estamos saliendo. La gestión de las emociones por parte del hombre es francamente torpe.