El cruceiro que se erige, señorial, en el atrio de la Iglesia de Santa María del Campo muestra, desde hace años, evidentes signos de deterioro que, pese a dotar a su estética de cierto componente romántico, hacen que la estructura peligre cada día que pasa sometida a las inclemencias climáticas. Ahora el cruceiro, uno de los más antiguos de su clase en Galicia, pues data del siglo XV, entrará a formar parte de un conjunto de protección con la casa Cornide y la Colegiata, según consta en la declaración provisional de Bien de Interés Cultural para la casa Cornide publicada este lunes en el Diario Oficial de Galicia.

Expertos en Patrimonio alertan de las necesidades urgentes de rehabilitación que precisa la pieza que, pese a estar dotada de protección general como bien de interés artístico con la consideración de patrimonio etnológico, como recoge la Lei de Patrimonio cultural, no parece un mecanismo de salvaguarda suficiente para conservar una de las joyas más añejas del callejero coruñés.

El arquitecto José Ramón Soraluce es uno de los que insistió, hace años, en la necesidad de prestar atención al deterioro que el cruceiro de la colegiata, como también el que decora la entrada de la iglesia Castrense, en San Andrés, vienen experimentando desde hace tiempo.

El instituto Cornide de Estudios Coruñeses presentó, en 2018, un informe elaborado por el Observatorio Coruñés del Patrimonio que centraba la atención sobre esta misma cuestión, en el que Soraluce participó entonces y cuyas conclusiones no han variado. “El cruceiro entraba dentro de una protección genérica de cruceiros, y estaba dentro del área de protección de la Colegiata, pero no contaba con protección como pieza artística histórica”, explica Soraluce.

La pieza, casi única de las que quedan de su tiempo debido a su antigüedad, presenta sus figuras y efigies casi desdibujadas por la acción del tiempo. La singularidad de la figura no emana, solo, de su configuración, sus formas o su localización: se trata, además, de uno de los elementos actuales que aparecen dibujados en algunos de los planos más antiguos de la ciudad, fechados a principios del siglo XVII. El efecto de la erosión, más agresiva con el granito que con otros materiales, es notable tanto en el pie como en los ornamentos, surcados de musgos y líquenes, lo que deja, a ojos de Soraluce, pocas opciones. “El tiempo y la contaminación se lo han ido comiendo. Es un mal de la piedra, al granito le afecta más. En otras ocasiones, se solicitó a la Colegiata que se hiciese una copia y ese se trasladase a un museo”, recomienda el arquitecto.

La sustitución de la pieza, necesitada, a ojos de Soraluce, de una “urgente rehabilitación”, por un elemento similar, se presenta como la única solución eficiente a largo plazo. “No merece la pena darle tratamiento si luego no se saca de ahí”, zanja José Ramón Soraluce.