Nací en O Saviñao, en la provincia de Lugo, donde viví mis primeros años con mis padres, Julio y Manuela, y mi hermana María José. Desde los diez años mis padres me enviaron a pasar el verano y el resto de vacaciones escolares a casa de unos familiares en esta ciudad, por lo que pude hacer amigos y disfrutar de grandes momentos en un lugar que para mí era muy grande en comparación con mi localidad natal.

El autor, agachado en el centro, con sus compañeros del equipo del Banco de Santander. | // L. O. José Julio López Mariño

De mi primera estancia recuerdo que toda la familia, incluida mi abuela Josefa, fuimos a la playa de Riazor, que estaba llena de gente y en la que había casetas para cambiarse de ropa, además de la Casa de Baños, donde llevaban a mi abuela para que recibiese las terapias que allí se daban a las personas que tenían problemas de reumatismo. También me quedó un gran recuerdo de cuando mis padres me llevaron en el tranvía que iba desde Puerta Real a Peruleiro.

Mis mejores amigos de aquellos años, que lo siguen siendo, fueron Rafael Taracido, Jesús Soto Sabio, y José Manuel Fernández, con quienes formé pandilla hasta que me casé con África Rodríguez Negreira, con quien tengo dos hijos, Cristina y Julio.

De mi juventud recuerdo la Tómbola de Caridad de los jardines de Méndez Núñez, donde nos llevaba mi familia cuando íbamos al centro, ya que mi hermana y yo recogíamos las postalillas que venían en las rifas que la gente tiraba porque no estaban premiadas. Para nosotros era un lujo tenerlas porque no costaban nada y el álbum nos lo regalaban en la tómbola. También era famosas las heladerías del centro, que siempre estaban llenas de gente, ya que los domingos había tantas personas paseando que casi no se podía andar por esas calles.

De quinceañero quise independizarme y con la ayuda de mis padres alquilé una habitación en el paseo de Ronda al propietario del restaurante A Peneira, que era amigo de mi familia. Estudié contabilidad y, cuando hice la mili, me trasladé a otra habitación en la calle de la Franja.

Durante esos años aproveché el tiempo libre que me dejaban los estudios para ir con mi pandilla a salas de baile y discotecas como La Granja, el Club del Mar, Rigbabá, Chaston y Pirámide, además de a locales de la comarca como Baroke, El Moderno, Moby Dick y, sobre todo, El Seijal, ya que era el que tenía un mejor ambiente porque allí tocaban las mejores orquestas.

En verano repartíamos nuestros días de playa entre las del Orzán, Matadero y Santa Cristina. A esa última a veces íbamos desde la Dársena de la Marina en la lancha La Chinita, que siempre iba llena de gente. Aprendí a nadar en la playa del Matadero, una zona en la que eran muy conocidos Quique el peluquero, Luis el virutas, que tenía un taller de carpintería en los corralones, y Otero, el jugador del Deportivo.

En la rampa del Matadero se solían hacer competiciones entre las pandillas con patines y carritos de madera con ruedas de acero, a las que acudían muchos chavales para ver las numerosas caídas que se producían.

Al acabar la mili entré a trabajar en el Banco de Santander, en el que desarrollé toda mi vida profesional y en el que conocí a mi mujer, que trabajaba en la misma entidad. Como había jugado años atrás al fútbol en el Calasanz, también lo hice después en el equipo del banco durante dos años, para luego ser delegado del comité de árbitros de fútbol modesto de toda Galicia y colaborar también en el fútbol sala con Tino Castro.

Tras mi jubilación, dedico mi tiempo libre a pasear, reunirme con mis amigos y practicar natación en el Club del Mar.

Testimonio recogido por Luis Longueira