Nací en la entonces calle del Progreso, hoy Salgado Somoza, donde viví con mis padres, Manuel y María. Él fue mecánico y, con la ayuda de mi madre y mi abuela, gracias a su trabajo pudimos salir adelante en los difíciles años de la posguerra. Mi primer colegio fue el de doña Concha, en la calle Ramón del Cueto y años después me enviaron a los Salesianos, donde terminé el bachillerato. En ese colegio había una disciplina férrea y las clases eran de lunes a sábado y de mañana y tarde, con solo dos horas para comer.

El autor, en la actualidad con toda su familia. | // LA OPINIÓN

Entrábamos temprano y teníamos misa diaria. En los últimos años del bachillerato, salíamos disparados al terminar las clases para llegar al cine Hércules, que era el más próximo, y ver alguna película para mayores engañando a Chousa, el acomodador, que además tenía que aguantarnos cuando entrábamos a toda prisa por las escaleras que llevaban hasta los asientos y bancos de general, que eran los más baratos.

Manuel, en una imagen de su infancia. | // L. O.

Los domingos también nos hacían ir al colegio, donde se organizaban competiciones deportivas y proyectaban películas religiosas y de aventuras, aunque yo solía jugar al fútbol con compañeros como Isidro Rodríguez, Manuel Cabarcos, Orestes Vara, José Antonio Franco Taboada, Eduardo Ramírez Núñez, Rafael Seoane y Alonso.

Recuerdo que en nuestra primera infancia después de merendar nos dejaban salir a jugar a la calle, donde podíamos estar sin peligro, ya que apenas pasaban coches y la mayoría de los vehículos eran carros que repartían gaseosas, hielo y carbón. Mi afición al fútbol nació viendo jugar desde la ventana de mi casa a los niños expósitos que vivían en el Hospital de la Caridad, en cuyo patio nos dejaban jugar con ellos a los chavales del barrio, entre los que destacaba el gran Luis Suárez.

También recuerdo con gran cariño la enorme finca que tenía el Asilo de las Hermanas de los Ancianos Desamparados, ya que allí cosechaban toda clase de productos hortícolas y criaban animales para el sustento de las personas que acogían allí. Otro de mis recuerdos son los grandes paseos de domingo con mis padres por la calle Real y los Cantones, donde había un gran ambiente y casi todo el mundo se conocía, así como el día que mis padres me llevaron a los toros el cartel de la corrida estaba formado por Carlos Arruza, Luis Miguel Dominguín y Domingo Ortega.

Los veranos los pasaba con los amigos en el Orzán y San Amaro, mientras que por las tardes bajábamos a los jardines de Méndez Núñez para ver a las grandes orquestas que tocaban en la parte inferior del Kiosko Alfonso, que se convertía en una cafetería con actuaciones, entre las que eran habituales las de Los Satélites, Los Trovadores con Pucho Boedo, la Orquesta Radio y la Orquesta X, además de Pepe Marqués el chocolate. Mi pandilla estaba formada en su mayoría por amigos del Campo de Artillería, como Fernando y Jaime Guitián, Cheché Bargiela, Cholo Beade, Juan y Luis Naya, Eulogio, Fernando Abella y Manolo Bermejo, con quienes jugué al fútbol en el Sporting Coruñés entrenados por Rodrigo Vaquero. Como también me gustaba nadar, entré en el equipo del Club del Mar con los hermanos Arcay, Otero, Chorén, Aida Carballal, y Aurora Pereda, a quienes nos entrenaba Jorge Adán y con el que competí en 1958 en los campeonatos gallegos, que se disputaron en A Toxa.

En carnavales solía ir con la pandilla disfrazado de choqueiro por la calle de la Torre, aunque con cuidado para no nos viera la policía y nos pusiera una multa. En esos años iba también con mis amigos a todos los bailes y fiestas que hubiera y en uno de ellos en Artesanos conocí a mi mujer, Pilar Sánchez, con quien tengo dos hijos, Pilar y Manuel. Trabajé toda mi vida en la Empresa Nacional Calvo Sotelo, en As Pontes, hasta mi jubilación.

Testimonio recogido por Luis Longueira