En la actual situación de la instrucción, no sabemos si la muerte de Samuel Luiz fue un delito de odio, que la investigación no descarta, pero, ¿cuántos ataques soporta el colectivo LGBT en A Coruña? La cifra es imposible de saber, no solo porque muchos nunca se lleguen a denunciar, sino porque ninguna Administración lleva un registro de los que sí ocurren; ni el Estado (que los analiza solo a nivel provincial) ni el Ayuntamiento. El análisis más detallado en cuanto a ataques homófobos parte de la Asociación pola Liberdade Afectiva e Sexual (Alas) a través del Observatorio contra la LGBTfobia, pero este no recoge casos solo del municipio, sino de toda Galicia. Uno de los técnicos responsables del informe, Pablo Zas, señala que, en la comunidad, “todos los años hay alguna persona que acaba en el hospital” tras ser agredida por “ser, identificarse o sentir” de una manera que otro no acepta.

El Observatorio registró 14 casos con violencia física contra personas del colectivo en 2018, seis en 2019 y ocho en 2020. Por comparación, los hechos totales registrados son 33 en 2018, 40 en 2019 (20 en A Coruña) y 48 en 2020 (12 de ellos en la capital provincial), si bien no todos ellos tienen por qué ser como delitos. Debido al “poco recorrido” temporal del estudio, el Observatorio no se atreve a señalar posibles tendencias. Los datos de delitos de odio que propone el Ministerio de Interior ofrece cifras más bajas para la provincia de A Coruña. Entre 2016 y 2019 se cuentan cinco o seis hechos contra el colectivo cada año, mientras que en 2015 bajan a dos y en 2014, probablemente debido a que se cambia el criterio, se señalan 41. En 2013 el Ministerio no dividió los datos por provincias en su informe.

Si bien Zas recuerda que muchos casos quedan fuera (“no todas las personas que sufren discriminación denuncian, no todas las denuncias llegan hasta nosotros”), pero indica algunos patrones. Las agresiones contra el colectivo ocurren en diferentes tipos de entorno, desde el doméstico a la fiesta, pero “por suerte podemos decir que no es habitual” un caso acabado en muerte.

En general las agresiones físicas van acompañadas de insultos, pero las agresiones verbales, por sí solas, son más frecuentes que las físicas, según los datos del Observatorio. Algunos casos ocurren en la vía pública: “ir por la calle y que te llamen maricón o Transformer”, según los ejemplos que pone Vaz. Pero también recibir, a través de Internet, mensajes de perfil falso en los que se realice discriminación o que no respeten “tu forma de ser o sentir”.

En 2020 “la mayoría de los casos de acoso se produjeron en el ámbito de las redes sociales”, lo que, señala, es una de las consecuencias de la pandemia. En muchos de los casos, se trata de personas que conocen a la víctima previamente.

Entre las situaciones que no suelen detectarse, Vaz señala que entre las “más difíciles” de denunciar para las víctimas se encuentran las que se producen en el ámbito educativo. Un joven gay que está en la ESO puede atreverse a dar el paso de denunciar, señala, pero al día siguiente va a seguir conviviendo con las personas que lo discriminan. “Al final esto hace que se forme una burbuja, y que se dé por bueno y correcto que la salida sea quedarse callado”. Otro caso que detectan puntualmente son los de personas que ofrecen terapias de reconversión, algo que “venimos denunciando muchos años”.

En cuanto al trasfondo de las agresiones, Zas señala que tras muchas de ellas hay un “profundo desconocimiento de la lucha del colectivo y las solicitudes que está haciendo”, pues solo reclaman “derechos humanos de los que sí puede gozar el resto de la sociedad, pero que en el caso de las personas LGBT se ven cuestionados”. En esto influye, opina, que se pongan sobre la mesa debates “más que muertos”, como los suscitados sobre “qué se debe enseñar o no en las escuelas”. Achaca esto a una “estrategia política” de la extrema derecha.

Escalada del odio

¿Influye este acoso en la cantidad de agresiones? Natalia Monge, de Ecos do Sur, considera que en el odio hay “una escalada”, esto es, en la base de la pirámide estarían prejuicios y estereotipos, de ahí se pasaría a “formas más graves de discurso”, y cuando se normalizan, como considera que está ocurriendo ahora, “ese es el caldo de cultivo para agresiones”. “La mayor parte de los prejuicios no acaban en genocidio” ejemplifica, “pero todos los genocidios se generan así”.

Ahora bien, ¿está habiendo un incremento de los delitos de odio contra colectivos vulnerables? De acuerdo con Monge es así: desde 2016 Ecos do Sur analiza los perfiles de medios de comunicación cuando publican noticias sobre migración y diversidad, y hasta 2020 han ido creciendo los comentarios intolerantes del 60 al 75%. Esto no quiere decir, señala Monge, que “el 75% de la población sea racista, pero sí lo son el 75% de los comentarios”. Además, se han duplicado el odio extremo, del 5 al 10% de los comentarios, y aumentan los comentarios a favor de la interculturalidad, pues lo que disminuye es la “gente neutra”.

La consecuencia es que “ la agresividad online ha ido ocupando cada vez más espacios”. Esto “se acaba reflejando en las calles y de ahí que los delitos de odio se incrementen sin parar”, según señala en referencia a las estadísticas de SOS Racismo y a las “coas que vemos” en Ecos do Sur, en cuanto a prejuicios que perjudican a colectivos vulnerables, como negros a los que no les alquilan pisos porque “se ha generalizado el vuelo de que las personas negras montan pisos patera” o un caso reciente en el que “empapeló” el barrio de Os Rosales con la foto de un chico extranjero, acusándolo de delitos “con los que no tenía nada que ver” e indican a qué sitio iba a comer. Monge señala que parte de este discurso de odio de baja intensidad está protegido por el derecho de expresión, y entiende que las “mejores” formas de abordarlo son el activismo y la educación.