Lo extraño es encontrarse a uno sin el otro. Víctor Fernández protagoniza, a diario, una estampa peculiar que suele arrancar más de una sonrisa a los viandantes: cuando sale a correr o a montar en bicicleta por el paseo marítimo acompañado de Lolo, su inseparable compañero avícola, que observa el panorama, tranquilo, desde su hombro.

Su relación se remonta a hace cinco años, cuando Víctor adoptó a Lolo en un criador de Ferrol. Este coruñés, apasionado de las aves desde pequeño, siempre supo que si algún día se decidía a hacerse con una, no la tendría prisionera en una jaula. “Siempre tuve claro que lo quería para que me acompañase, para sacarlo fuera, como si fuese una mascota. Le viene bien la luz solar para sus plumas”, asegura.

Una decisión que, sin duda, favorece al animal, que ha desarrollado una gran inteligencia emocional a raíz de salir a observar el mundo en los paseos con su dueño. Lo de salir a correr y a andar en bicicleta, admite, no estaba planeado en un primer momento. “Surgió un día que estaba preparándome para hacer running. Lo tenía en el hombro, y cuando lo quise dejar en su sitio, no quiso bajar. Entonces dije: pues me lo llevo conmigo”, cuenta Víctor Fernández. Desde entonces hasta ahora. Al principio con prudencia, y después con naturalidad, Lolo se acostumbró a la velocidad y a los traqueteos del deporte, siempre desde su hombro y equipado con un arnés adaptado a su tamaño, y casi siempre para la sorpresa de los transeúntes no habituales.

Ahora, cuando sabe que es hora de salir, Lolo agacha la cabeza para que Víctor le coloque el arnés. Su dueño sabe que protagonizan una dupla que llama la atención, con lo que lleva bien cubiertas sus espaldas: no sale de paseo sin portar, consigo, una mochila con toda la documentación en regla del ave, pues no son pocos quienes tratan de hacerse con criaturas exóticas de manera irregular. “Están muy controladas, porque hace años la gente los cogía y los vendía. Ahora no se permite”, asegura.

Hasta el momento, admite, su arsenal de documentos no le ha hecho falta nunca: al contrario, todas las experiencias que ha tenido con las muchas personas que se acercan, curiosas, a preguntar por Lolo, han sido buenas. “A los niños les encanta, preguntan mucho por él”, asegura. Quien responde en esas ocasiones siempre es Víctor, porque, si bien ha adquirido la destreza, Lolo solo hace gala de su pico de oro en casa. “En la calle es complicado, porque es muy observador y siempre va controlando”, asegura.

En el domicilio absorbe las costumbres: cuando no imita el sonido del microondas o de las bisagras, da los buenos días y las buenas noches, e incluso replica la voz de la madre de Víctor cuando la visitan. Todo un ejemplo de como querer y cuidar a un animal .“Estos animales tienen emociones: sienten aburrimiento o pena si se les deja solos”, advierte.