El confinamiento dio mucho que pensar, las empresas no esenciales tuvieron que cerrar sus negocios forzosamente, así que, algunos propietarios se vieron obligados a bajar la persiana definitivamente y lo que era un local con el cartel de Se alquila, con el paso de los meses y la maduración de nuevas ideas, dejaron de serlo, para someterse a una reforma y a una nueva vida en tiempos del coronavirus.

La tienda de deportes Jugones, por ejemplo, en el número 31 de la calle Ramón y Cajal cerró definitivamente durante el periodo de pandemia y, hace apenas dos meses, otro negocio volvió a levantar su persiana. Ahora es Imperivm, una tienda de antigüedades y coleccionismo, en la que la nostalgia lo inunda todo, ya que, en los cajones hay vinilos de El padre Abraham y los pitufos y en las estanterías juguetes tan de los noventa como un esqueleto humano para aprender los huesos y los órganos del cuerpo humano.

También Rachida Ladouy Ladouy vio la oportunidad —con la colaboración de Ecos do Sur y de la Cámara de Comercio— de emprender en la ciudad en la que lleva viviendo casi veinte años. Asegura que dedicarse a la alimentación había sido siempre su sueño y, ahora, lo está haciendo realidad en un local que antes del coronavirus era una pescadería.

Aunque su primer proyecto era montar un restaurante de comida árabe con un amigo y una amiga, esa idea se frustró, así que, para emprender en solitario, Rachida optó por su ilusión de tener una tienda en la que poder ofrecer productos para la población migrante, para los que, como ella, echan de menos los sabores de su país, pero también para los que quieren descubrir nuevas recetas, aunque sin olvidar los productos de su lugar de acogida, es por ello por lo que tiene especias marroquíes, pero que se envasan en Murcia.

Con esa idea en la cabeza, Zoco Alimentación es un túnel en el que se unen los aromas de los dos mundos. De sabores llegados de otras latitudes sabe mucho también Eloy Teijeiro, del restaurante Samyo, que abrió hace unos tres meses, también en Ramón y Cajal —en el número 20— donde antes había un bar de barrio.

“A mí me gustaría que me fuese bien no solo por mí, sino también por la gente que me ayudó, para que vean que apostaron por algo que merecía la pena, para que se sientan orgullosos de haberme echado una mano, porque yo estoy luchando mucho para que vaya bien”, relata Rachida, a quien las vecinas del barrio saludan desde la puerta, como si llevase toda la vida en la acera.

Guía Torre, de la inmobiliaria InmoFórum, en la calle Pastor Díaz, explica que muchos de los propietarios de bajos que estaban ocupados con negocios no esenciales cuando se decretó el confinamiento les pusieron facilidades a sus inquilinos para que pudiesen mantener sus empresas durante la pandemia, por ejemplo, no cobrándoles hasta que pudiesen retomar su actividad o bien reduciéndoles la cuota para ir incrementándola con el paso de los meses hasta llegar al precio inicial o, incluso, a uno más reducido. Pero no poder facturar y la incerteza de cuándo podrían volver a levantar la persiana hizo que algunos emprendedores decidiesen no perder más dinero y cerrar sus negocios, otros aprovecharon para jubilarse y decir adiós a una vida tras el mostrador.

Mónica Mallo, de la inmobiliaria Cuatro Caminos, indica también que el mercado de los bajos comerciales no se movió especialmente durante la pandemia. “Ya antes del confinamiento el mercado estaba fatal, pocas personas se metían en un local o en una oficina, solo los que ya estaban funcionando y querían ampliar. En nuestro caso no tuvimos más movimiento ni mucho menos que el año anterior, fue más o menos igual”, relata.

Para Rachida, el confinamiento y la desescalada fueron meses de mucho trabajo junto a Brais López de Ecos do Sur, y de toma de decisiones. Algunas, muy difíciles, como invertir más en la reforma del local para tener una tienda más grande de lo que había pensado, en lugar de contar con más variedad en la mercancía, por si las cosas iban bien en el futuro, no tener que cerrar e interrumpir las rutinas de la clientela y, con el inconveniente añadido de, quizá, no encontraría los mismos materiales de la reforma inicial.

Fueron días de entender cómo funcionaba el préstamo de CaixaBank y, también, de ver tiendas, de ir al mercado de frutas y de visualizar cómo sería su vida cuando su zoco dejase de estar en los papeles para ser un negocio de verdad, con las clientas que pasan a preguntarle por los pasteles artesanos de pistacho o los vecinos que le hacen encargos, se pierden entre los productos de las estanterías y hasta consultan en internet qué recetas pueden hacer, por ejemplo, con patatas deshidratadas. “Ahora lo que gano lo voy invirtiendo en más mercancía”, comenta y confiesa que el negocio es una lucha diaria por intentar encontrar el mejor precio de los productos.

También el restaurante Samyo se tuvo que enfrentar a una reforma grande para poder abrir sus puertas y para convertir el antiguo bar en un local en el que algunos de los platos se preparan a la vista de los comensales y en un lugar cómodo para que los mensajeros pudiesen llegar a las casas de sus clientes en el menor tiempo posible. “Buscamos salirnos de lo que ofrecen los restaurantes asiáticos tradicionales, de los rollitos de primavera, el arroz tres delicias y el pollo frito, para hacer algo diferente”, comenta Teijeiro.

Para Javier Santiso y Alejandro Coira, montar Imperivm fue también un sueño cumplido y, además, una liberación para sus familias. “La mayoría de las cosas que tenemos en la tienda las teníamos en casa, teníamos que hacer algo”, confiesan. Para Coira, tener una tienda ahora era el paso natural que tenía que dar. “A mí siempre me gustó, cuando era pequeño, los niños jugaban a los coches y yo, a las tiendas. A mí jugar con los muñecos me aburría enseguida, prefería venderlos”, recuerda. “Aunque somos jóvenes, llevamos ya mucho tiempo en esto, en ferias, en webs y teníamos ya potenciales compradores y vendedores. Y en casa, encantados, porque teníamos todo en habitaciones”, confiesan.

Este cambio fue bien recibido entre los vecinos, ya que, según explica el encargado del local, Eloy Teijeiro, en tan poco tiempo han conseguido tener ya clientes habituales, que suelen ir a comer o a cenar una vez por semana y algunos que todavía no lo son, pero que ya han probado algunos de los platos de la carta y que han repetido. “Hay que probar y salir de la zona de confort y ver si sale bien”, relata Teijeiro, ya que, en su caso, el negocio no empieza de cero. Él y su jefe, que es asiático, estaban centrados en el sushi, ahora, el modelo de negocio es otro, más enfocado al reparto a domicilio, y a la cocina asiática, con la inclusión de otras especialidades, como son el ramen —un caldo japonés con fideos y huevo cocido, que puede llevar carne o pescado— y el poke —un plato que tiene como base el arroz y que se combina con frutas y verduras y que puede llevar otros ingredientes más, como el salmón ahumado o las algas—. “Quisimos meternos más en la cocina”, describe.

Eloy Teijeiro, Sun Yonggang y Luis da Silva, en el restaurante Samyo. | // VÍCTOR ECHAVE

“Queríamos hacer comida para llevar y nos lanzamos”

“Queríamos tener un local de comida para llevar. Aquí tenemos pocas mesas, sobre todo, para trabajadores de la zona y vecinos”, comenta Eloy Teijeiro, el encargado del restaurante Samyo, que asegura que no vieron muchos locales antes de decidirse por la zona de Cuatro Caminos. “Vimos este y echamos cuentas. Llevamos tiempo con la comida asiática, así que, vimos la oportunidad de abrir en A Coruña y nos lanzamos”, relata. La apertura, hace tan solo tres meses, les pilló en plena época de restricciones sanitarias, con el ir y venir de normas para acceder al interior del local y con las limitaciones de aforo. “Antes nos dedicábamos solo a sushi, pero ahora ya nos metimos más en la cocina, para ofrecer algo fuera de lo típico, seguimos con el sushi, pero incorporamos los pokes y los rámenes”, concluye.

Rachida Ladouy Ladouy, en su tienda Zoco Alimentación, en la calle de la Merced. | // VÍCTOR ECHAVE

“Vendo productos de aquí para dar gracias a mi país de acogida”

Rachida Ladouy Ladouy se emociona cuando habla de sus clientes y de los técnicos de Ecos do Sur que la ayudaron a montar su tienda El Zoco Alimentación, en el número 81 de la calle de la Merced, se emociona porque sabe que sola no hubiese conseguido cumplir el que era su sueño: trabajar de cara al público, pero en su negocio. “Una clienta me trajo este congelador, a veces me dan cosas y se me acaban las palabras y me pongo a llorar”, dice, mientras descarga el pedido de hielos que le acaba de traer el proveedor. Llegó a España hace 18 años, con una asociación que tenía un convenio con el país para que quince chicas marroquíes encontrasen aquí un futuro diferente. En sus estanterías tiene productos árabes para “los que echan de menos su tierra y su gastronomía”, pero también de aquí. “Trabajar estos productos es mi manera de agradecer al país de acogida”, reconoce.

Javier Santiso y Alejandro Coira, en su tienda de antigüedades y coleccionismo Imperivm, en la calle Ramón y Cajal. | // VÍCTOR ECHAVE Gemma Malvido

“Hay gente que tiene tesoros en casa a los que no da ninguna importancia”

Javier Santiso y su socio son de Monte Alto y Elviña, pero no se conocieron de pequeños en el parque, lo hicieron en 2013, en ferias de coleccionismo y antigüedades. En sus familias nadie se dedica a esto, pero ellos, desde niños, sintieron pasión por coleccionar cromos y juguetes, por comprarlos y cambiarlos. Fueron creciendo, aprendiendo y también ampliando sus gustos hasta llegar a plantearse abrir una tienda. La idea surgió antes de la pandemia, pero no se hizo realidad hasta hace poco más de un mes, cuando abrieron en el número 31 de la calle Ramón y Cajal. “Tenía que ser ya porque la mayoría de estas cosas las teníamos en casa”, relata Santiso, que asegura que en A Coruña hay mucho interés y mucha afición por el coleccionismo, aunque muchas personas ni siquiera saben qué es lo que tienen en casa. “Hay gente que valora mucho una pieza que es lo más normal del mundo y, sin embargo, tiene un tesoro al que no le da importancia”, comenta. Para asesorar, para cambiar, comprar y vender están ellos, que saben del precio de mercado de un Madelman o de un Geyperman. “Nos dedicamos mucho a Sargadelos porque nos gusta desde siempre”, comenta Santiso, aunque en sus estanterías hay de todo, desde juguetes de Star Wars a camiones en miniatura, también piezas de plata, merchandising del Dépor, algún cuadro y muchas botellas de Estrella Galicia. “A veces nos piden permiso para entrar, pensando que es una galería”, comenta Coira, a quien le gusta ver cómo los clientes vuelven al pasado al ver el Supercinexin o las cajas de Playmobil. Ellos, como tantos otros incomprendidos por los que no entienden su pasión, son de los que no sacan de su caja los juguetes que les regalan. “El día de mañana pueden valer mucho más, o igual no. En algunas cosas es una lotería. Nosotros estamos al valor del mercado y no al sentimental. Hay personas a las que les decimos que igual les sacan más partido a una cosa mirándola en su casa, porque era de su abuelo, que vendiéndola, porque ahora no les van a sacar mucho dinero porque no hay demanda”, dicen.