Un gusano tubícola. | // @ESTACANICAZUL

El veterinario Jorge Díaz decidió compartir en Twitter (@estacanicazul) los hallazgos de las excursiones que hace con su hijo a las playas de la ciudad, sin más aperos que una cámara y unas gafas de buceo. Quería, con esta iniciativa, mostrar a sus seguidores qué hay en el fondo del mar y también animarlos a que ellos hiciesen lo mismo, que se interesasen por la naturaleza submarina y que se concienciasen de que todo lo que hacemos en la superficie tiene sus consecuencias en el fondo marino, porque sí, ven muchos peces y algas, pero también cantidades ingentes de mascarillas, de guantes y plásticos.

“Yo me planteaba que hay gente que se va de vacaciones a zonas naturales muy lejanas pero, realmente, poco pueden entender si no conocen lo que tienen al lado de casa”, comenta Jorge Díaz, que empezó en la cuarentena a compartir vídeos de las gaviotas que podía ver en Os Castros y explicaba sus comportamientos. “La gente va a la playa y piensa poco menos que es un montón de arena que está ahí porque sí y es una especie piscina que se mueve más o menos, pero no se da cuenta de que, debajo de eso, hay muchísimas cosas”, relata. Algunas, tan importantes como la zostera noltii, que encontró en la playa de Oza y cuya conservación hizo cambiar el proyecto inicial del dragado de la ría de O Burgo.

Diferentes especies en una grieta iluminada. | // @ESTACANICAZUL

“En el Mediterráneo, cuando hay zostera, inmediatamente colocan carteles. ¡Mira que está estropeado el Mediterráneo!, pero cuando hay pradera marina hacen un plan especial de protección. Aquí, la gente quería que la dragasen porque había mucho barro. Y es alucinante todas las aves que vienen por la zostera. Para ellas, es como un supermercado”, comenta

Para este veterinario, un apasionado de la ciencia ciudadana, la playa de Oza es muy interesante, a pesar de que su configuración actual responde a la intervención humana. “Es lo más artificial del mundo”, reconoce, aunque eso no le resta valor medioambiental.

“En Oza, donde están las piraguas, hay una especie de dique artificial y, en la punta, hay una zona enorme con rocas de las que se usaron para hacer el dique que se quedaron allí. Es una de las zonas más interesantes de la playa porque tiene gusanos tubícolas, que son gusanos con forma de tubo, de unos treinta centímetros y que arriba se abren en una especie de plumero de colores. Mucha gente se piensa que es una especie exótica y no se imagina que puedan estar ahí abajo mientras ellos nadan. Además, son muy chulos”, comenta Díaz. Haberse cruzado con ellos fue lo que más le llamó la atención, porque, sus primeras inmersiones resultaron “un poco deprimentes”, por toda la basura, los guantes y las mascarillas que veía en el fondo del mar.

Sus incursiones no se acaban donde lo hacen los límites de la ciudad, ya que, en alguna ocasión fue a bucear también a la zona del castillo de Santa Cruz. “Una de las cosas tristes que encontramos allí fue una nasa muerta, de las que se pierden y no se usan, pero que son muy peligrosas si se quedan en el mar porque van acumulando muertos. También fuimos a Mera, a la zona de las rocas, y pudimos ver sepias y otras especies interesantes”, recuerda. Sus últimos chapuzones con las gafas han sido en Santa Cristina, donde ha encontrado también especies como los balanus, que son de la familia de los percebes. El objetivo es que cualquiera pueda hacer lo que ellos. “Llevamos unas aletas y una máscara, una linterna para ver entre las rocas y la cámara, que no es buenísima. Lo importante es bucear y saber qué es lo que hay. Entre las rocas se pueden ver muchas especies. Un día, vimos en Santa Cruz entre dos rocas que había mejillones, alguna mincha, dos especies de peces y dos de camarones, cangrejos normales, alguna esponja roja y algas. Pues todo eso estaba al lado de una señora que estaba echándose crema. Ni siquiera tuvimos que hacer nada, porque estábamos en la superficie. Es biodiversidad urbana”, comenta Díaz, que hace años hacía submarinismo con botella, pero este año retomó la afición de bucear con su hijo.

Para los que quieran tomar su testigo, recomienda el uso de webs de ciencia ciudadana, como inaturalist.org, en la que los usuarios tienen una página propia en la que suben sus archivos. “Si sabes qué es, etiquetas la especie y ellos te confirman que está bien, si no lo sabes, la dejas ahí y te la identifican. Una vez que subes esas fotos, pasan a ser una notificación oficial y pueden usarse para estudios”, describe.

Plásticos y ruido, la vergüenza bajo el mar

“Con tanto movimiento de gente, me sorprendió que hubiese sepias al lado de la playa, porque el ruido se escucha a veces debajo del agua”, confiesa el veterinario Javier Díaz, que se avergüenza de que haya latas, plásticos grandes y pequeños, guantes y mascarillas en cualquier arenal en el que decida meter la cabeza bajo el mar. Es por ello por lo que ha pensado que, cada vez que salga a bucear, además de la linterna, las aletas y las gafas, se va a llevar también una bolsa para poder retirar del fondo esas huellas que estamos dejando los humanos y que no benefician a que la biodiversidad siga creciendo, sino todo lo contrario.

“Sé que es una lucha imposible, pero por lo menos, quito lo que me voy encontrando”, dice con resignación este veterinario, al que se le ocurrió durante la pandemia colgar vídeos de las gaviotas y explicar, por ejemplo, sus comportamientos durante la cría. Cuenta con más de 300 publicaciones, en las que se pueden ver de cerca ostras japonesas en la ría de O Burgo. Es una especie invasora que no cría perlas, pero que se utiliza para estudios de enfermedades neurológicas.