A sus 32 años menos unos días, Nerea Pallares lanza su segundo libro, Los ritos mudos (InLimbo Ediciones), que ha presentado en la Feria del Libro de Madrid, avalada por una nutrida colección de premios literarios y la buena acogida de su primer título, Sidecar. La autora, periodista lucense que vivió y trabajó varios años en A Coruña, se asoma en su nueva obra, un conjunto de relatos, al “terror de lo cotidiano” en clave social y poética y combina con sutileza crítica, ironía y sensibilidad para invertir lo bello y lo perverso y desmontar prejuicios, en un acercamiento al abordaje del ser humano de su necesidad de transcendencia cuando se reniega de los ritos tradicionales.

¿Qué se pueden encontrar los lectores en su libro?

Para resumirlo, se pueden encontrar con una poética del horror cotidiano. La idea principal es entender qué ritos seculares hay. La idea de rito tradicional siempre ha estado ligada a ritual, con una dimensión trascendente, y me interesaba fijarme en ceremoniales silenciosos, que repetimos cada día y que significan algo, que cuentan algo muy profundo del individuo, pero un poco más de la esencia humana; los personajes están hablando en clave colectiva. Está un poco la sociedad como personaje. Ahora parece que vivimos despojados de una dimensión transcendente, que ya no existe el rito, y no es cierto. Hay muchos rituales seculares. Era un poco la pregunta de cuáles son las nuevas deidades, a qué adoramos, qué repeticiones silenciosas e inconscientes se dan en el día a día que en realidad significan algo de nosotros. Pero cada relato tiene su universo y su imaginario particular. Esto en cuanto a lo ritos seculares.

¿Y en cuanto al terror cotidiano?

La forma más tradicional de hacer terror era casi fija en lo extraordinario, en el acontecimiento insólito que viene de fuera o está en una realidad medio ciencia ficción. Y muchas veces lo más terrorífico es encontrarte ese terror en tu espacio de seguridad. Y poética porque aparecen todo el rato los símbolos invertidos de lo bello y lo siniestro. Me interesa el umbral.

¿Qué quería conseguir en el lector con este libro?

Hacerle sentir cosas y reflexionar, supongo. Yo me acerco porque tengo un interés en explorar a través de la literatura este tipo de cosas.

Los límites, los umbrales…

Sí. Y por ejemplo en Fä rinden culto a un sistema de inteligencia artificial, están en el dataísmo, es preguntarse hacia dónde vamos… Y está recubierto de buenismo, como muchos discursos ahora, y es hacerlo perverso. Se supone que vivimos en un momento en que estamos desapegados de visos de transcendencia pero en realidad no, estamos repitiendo patrones que vienen de atrás y simplemente...

Lo ponemos en otro sitio.

Sí. Y esto es lo más racional. Luego está esa poética. Hay algunos que no son tan políticos y se aproximan a la reflexión más por la vía de la sensibilidad. En el último, me interesaba, además de la reflexión paralela sobre la vida útil de las personas y los objetos, acercarme al síndrome de Diógenes a través de la sensibilidad. De repente se cuenta su relación con la basura de una forma muy bonita, cuando probablemente la casa oliera fatal... [ríe].

¿Esta sociedad de la imagen, lo políticamente correcto y el individualismo favorece el secretismo y los ritos mudos para lo inconfesable?

Yo creo que tenemos mucha sed de este tipo de cosas aunque no seamos conscientes. Esos ritos mudos son una necesidad humana que sigue estando, pero a la que no se le da voz porque… pues nuevo paradigma científico-técnico: todo lo que tenga que ver con un sentido de transcendencia parece asociado a la religión y, entonces, que no se le da cabida, pero esa dimensión espiritual, humana, sigue estando ahí. Hay unas necesidades humanas de vincularse, de transcender… y cuando eso no sucede, empieza la parte patológica que llega a ser muy perversa y es lo que se intenta mostrar.

En un relato, la protagonista ve el mundo como “un desierto de plástico”, cuyos habitantes “enmascarados y con guantes se temen unos a otros” por un virus. ¿Así vio el mundo tras estallar la pandemia?

Bueno, ahí hay dos cosas porque realmente habla de la Santa Compaña... [ríe]. Es una de las cosas que más me disgustan de la pandemia. No deja de poner de manifiesto una vez más esa falta de cohesión social, el separarse unos de otros. El ejército de guantes de plástico… toda esta realidad extremadamente aséptica te despoja de los afectos cotidianos, de lo más básico, más necesario. Ya estamos cada vez más atomizados y esto no hace más que acrecentarlo. También lo escribí porque estaba muy enfadada en ese momento [ríe]. No es un relato sobre la pandemia, pero está ese escenario ahí. Era lo más distópico del mundo. Sucede algo así y hace tan evidente…

¿La desaparición de vínculos?

Sí, y el temerse los unos a los otros, ver al otro como el enemigo. Y sobre todo con una amenaza que es invisible. La sensación que sí recoge ese relato que es fiel a lo que yo puedo interpretar de la pandemia es que el temor iba dirigido en un sentido opuesto. Se ponía el foco de la amenaza en un lugar donde, a mi entender, no estaba.

¿Y dónde debió haberse puesto?

Un poco en cómo se gestionan las sociedades. En el relato se habla de un gobierno diurno y un gobierno nocturno, que hace y deshace por detrás. También hay una dimensión así… control de sociedades, de alguna manera. Cuando se quiebra el funcionamiento normal y el consenso, ahí aparece algo. Hay como un elemento disruptivo en todos los relatos, que quiebra las normas y les da un significado nuevo.

¿De qué le gustaría escribir y de qué no querría escribir nunca?

No me gustaría escribir nunca nada que fuera por encargo, eso sí lo tengo claro. No tengo temas vetados. Y me gustaría seguir indagando en este tipo de temas, los mitos y cuestiones que están en la literatura oral, antiguas narraciones, que son formas de explicar el mundo, y llevarlo a la antropología gallega. Hacer un revisionismo de esto en clave contemporánea. Siempre escribo un poco con un sentido de psicología social.

¿Con quién le gustaría que la compararan?

La tradición con la que me siento más identificada y de la que beben estas historias es, por una parte los, relatos de terror más clásicos, Shirley Jackson o Stephen King, pero también ahora, de forma orgánica, hay un montón de autoras en España y Latinoamérica haciendo cosas parecidas, literatura de lo insólito, este terror en lo cotidiano. Surge, yo no me puse a hacer esto por moda.

Se da.

Sí, de repente, ¿por qué situamos el terror ahí? ¿ Y por qué lo cuentan las mujeres? ¿Y cómo lo cuentan? es evidente. Son realidades muy diferentes, de países diferentes, pero con una realidad que nos une. Samanta Schweblin, Mónica Ojeda, Mariana Enríquez y Ariana Harwicz me parecen muy buenas, muy potentes, y están haciendo cosas con las que me siento identificada. Espero que la inclusión de mujeres en editoriales no sea moda.