El 18 de septiembre de 1951 la iglesia de Santa María en Piloño, parroquia de Vila de Cruces (Pontevedra), reunió a sus vecinos para asistir al enlace entre Perfecto y Erundina, él de 22 años, ella con los 18 recién cumplidos. Fue un rito sencillo, un acto cercano y familiar que enlazó al amparo de la Iglesia a dos jóvenes que apenas habían salido a conocer el mundo más allá del campo en el que nacieron. Setenta años después Perfecto Sánchez García y Erundina Rodríguez González acaban de celebrar, de nuevo en familia, sus 70 años de matrimonio, sus bodas de titanio.

Sentados a más de una mesa en Bar & Grill 1906, en la rotonda de Sabón, rindieron cariño a Perfecto y Erundina sus hijas Rosa y María, sus nietos y nietas Fran, David, Andrés y Jessica y sus bisnietos y bisnietas Borja, Antía, Alba y Sabela. El mayor de los nietos ya tiene 49 años y el bisnieto que primero nació lo hizo hace 27. Una hija, Chus, y un bisnieto, Aarón, fallecieron. En total se juntaron 19 comensales, que disfrutaron de pulpo, croquetas, tortillas, raxo con patatas, tarta y café.

Más de setenta años juntos. “Se dice pronto”, suspira Perfecto. Si piensa un momento en qué secreto puede explicar la longevidad de su matrimonio —además de una buena salud—, es tan certero en su respuesta que no admite discusión: “El uso de razón y el respeto entre uno y otro”. Pensando un poco más, sus palabras transmiten sabios consejos con la calma de la experiencia: “Siempre hay momentos duros, pero hay que corregir los fallos y saber perdonar”.

Dice Perfecto que lo mejor de su esposa es “que es una buena persona”, alguien que “loquea por quienes más quiere” y “se preocupa demasiado” por todo. Erundina cree lo mismo de su marido, él está seguro. “Debo ser yo también buena persona si hemos durado tanto juntos”.

La pareja, de 92 y 88 años, pasó sus primeras tres décadas de vida en Vila de Cruces, “en el campo”. Ella solo había trabajado en el rural. Él era sastre y al regresar a Galicia, tras cinco años como emigrados en Francia, abrió un negocio en el barrio de Monte Alto, una mercería en la que llegó hasta la jubilación. Desde 1968 viven en un piso de la avenida de As Conchiñas, desde donde han visto crecer a sus descendientes.

Los abrazaron y besaron. Se emocionaron ambos, muy elegantes, sobre todo cuando abrieron el regalo que conmemoraba su larga unión: una figura de Sargadelos con dos novios. “Hacía mucho tiempo que no nos veíamos todos juntos. Los abuelos lo han pasado bien. Son una pareja que se quiere mucho, que se tiene mucho cariño”, aseguraba en los postres uno de sus nietos.