Cuando Vivienda Confort necesitó obtener el visto bueno a su proyecto en Adelaida Muro por parte de Colegio Oficial de Arquitectos de Galicia (COAG) prefirió recibir el visado de la sede ferrolana en lugar de la coruñesa, donde sus profesionales habían manifestado firme rechazo a la desaparición del edificio desde que se conoció el plan. El delegado de cultura del colegio en A Coruña era entonces Fernando Agrasar, quien posteriormente dirigiría la Escuela Técnica Superior de Arquitectura. Veinte años después del derribo del asilo, condena a los “distintos culpables, cada uno en su grado” que posibilitaron la operación, que califica como “especulativa en toda regla”.

“Desde la orden religiosa al área de Urbanismo, que bendijo el proyecto, pasando por los arquitectos que firmaron un informe indignante sobre el estado del edificio porque tenían intereses con la promotora. Todos son culpables de haber dado los pasos para que, desde el punto de vista legal, fuera muy difícil desmontar el derribo. Todo se hizo de forma grosera, incluso calificar como equipamiento un suelo que no lo era para trasladar a las monjas al otro lado de la ciudad”, recuerda Agrasar.

La reflexión del arquitecto llega hasta el cuestionamiento de la función de las administraciones: “Cuando una ciudad prescinde de un equipamiento histórico, de los pocos que había en Monte Alto, al que planes más desarrollistas de décadas pasadas habían mantenido su protección, esa ciudad empobrece. El asilo no era ninguna tontería, era una obra culta construida por un arquitecto importante para un fin social. El edificio estaba mal, pero no tenía patologías graves. El testimonio de un tiempo, finales del siglo XIX, quedó arrasado para construir pisos banales y ramplones que no le hacían falta a nadie. Y esto ocurrió antes de la quiebra de Lehman Brothers, cuando se compraba en obra y se especulaba para llenar los bolsillos”.