Comenzó la temporada la Sinfónica de Galicia con su titular Dima Slobodeniouk a la batuta en la que será su última como director titular. Lo anunció el mismo en rueda de prensa, en la presentación de la temporada el pasado miércoles junto a la alcaldesa Inés Rey y el gerente de la Sinfónica, Andrés Lacasa. Una música y volumen fuera de lugar en las instrucciones dadas por megafonía previas al concierto, que consiguieron lo contrario a crear un ambiente idílico y de concentración tanto para músicos como oyentes, fue el recibimiento (mal) elegido para los presentes por parte de los responsables del Palacio de la Ópera. Personalmente me costó meterme en el concierto, y eso que iba con muchas ganas ya que el programa se prestaba a ello. Parece que dicha locución no afectó a la soprano Helena Juntunen, que desde el inicio de las canciones de Alma Mahler nos avanzaba una estupenda velada. Juntunen, muy metida en su papel durante toda la noche, nos convencía con su gran personalidad vocal y teatral, ya fuera un cuento de hadas, la temperamental Anstrum, abordando el tema de la soledad, o culminando esa gran cuarta sinfonía. Gran voz la de la finlandesa y un magnífico preámbulo para el plato fuerte de la noche, la cuarta sinfonía del marido de Alma Schindler-Mahler. Versión sobria y coherente de un Slobodeniouk que muestra su música tal como es él y al que no le gustan ni los aspavientos ni alardes vanos que tanto cautivan al público. Gran comienzo de violines primeros y segundos y un Méndez a la trompa que cautivaba mostrando un inusual dominio de su instrumento durante toda la obra. Es una gozada poder escuchar esa calidad de chelos, violas y bajos en el tercer movimiento, que rápidamente nos hacen olvidar la acústica del Coliseum, sin ser el Palacio ninguna maravilla. Grandes solos a los que nos tienen acostumbrados Walker y Hill y un magnífico Ferrer, liderando siempre desde su atril. No deja de sorprenderme la sección de trompas, quizás la sección más estable técnicamente de la orquesta gracias al trabajo en equipo que hacen entre ellos, y bien liderada en ese sentido las dos últimas décadas por Bushnell. Sobresaliente Spadano con sus solos de violín y ejerciendo un liderazgo desde su silla al alcance de muy pocos concertinos en España. No creo fuera el mejor concierto de la orquesta, a la que noté cansada, quizás por el ritmo de trabajo de los últimos días, pero es una gozada oír esa afinación de viento madera hacia el final o la última nota del arpa de Landelle, que siempre pasa inadvertida por su buen hacer artístico, que se diluye en el silencio contenido durante quince segundos sin los aplausos finales.